La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que durante meses lleva diciendo que no atacaría a Siria como lo hizo contra Libia, ahora lo está pensando, y la justificación ya está servida al plato, con ingredientes y sazón falsos, como siempre sucede. La coartada sigue además el libreto tan sensible de la supuesta protección a civiles.
Turquía denunció un ataque de tropas sirias contra lo que denomina un campamento de refugiados sirios en su territorio. Rápidamente, el ministro de Exteriores del Gobierno de Ankara, Ahmet Davutoglu, amenazó con que el asunto sería evaluado en la Alianza Atlántica como un «riesgo de seguridad en la frontera turca». En tanto, su primer ministro, Recep Tayip Erdogan, aseguró que podría invocar el artículo Cinco de la OTAN para «proteger» su frontera con Siria. Ese apartado establece que un ataque a uno de sus miembros constituye un ataque al resto de la membresía y debe ser respondido con las armas.
La OTAN tampoco se quedó callada. Su portavoz, Carmen Romero, aseguró que el bloque militar está «muy preocupado» por los acontecimientos, particularmente por los incidentes en la frontera, por lo que sigue muy de cerca la situación.
Pero la historia del ataque al campamento de refugiados, reseñada por una gran sarta de medios de comunicación que han llegado incluso a apoyar una guerra contra Siria, tiene sus lagunas. La mayoría de los reportes solo dieron cuenta de la acción de las fuerzas sirias y omitieron que esta era en respuesta a un ataque emprendido por un grupo armado a un puesto de control fronterizo desde el territorio vecino.
Además, Hatay, provincia otomana donde se reportó el incidente fronterizo, no es precisamente un lugar que pueda ser tranquilamente obviado por Damasco en medio de la campaña hostil a la que se enfrenta desde el exterior. Allí, la OTAN, esa organización que dice estar preocupada por la población civil, instaló un centro de comando y control, donde fuerzas especiales británicas y los servicios de inteligencia franceses entrenan al denominado Ejército Libre Sirio (ELS), una banda paramilitar que asesina y secuestra civiles y efectivos militares gubernamentales como parte de su guerra contra Bashar al-Assad.
Hasta la sureña localidad de Antakya (antigua Antioquía), en Hatay, Qatar transportó por aire, a finales de 2011, unos 2 500 mercenarios procedentes de Libia e Iraq para adiestrarlos, sumarlos al ELS e infiltrarlos en Siria, según dijo DEBKAFile, una revista israelí especializada en temas de inteligencia.
Otros reportes de esa publicación dieron cuenta del establecimiento secreto de un comando operacional en Iskenderun, también en Hatay, a cargo de la OTAN y las naciones del Golfo Pérsico.
Esos oficiales militares —se autodenominan «monitores»— proceden de Estados Unidos, Francia, Canadá, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos y tienen como misión establecer «corredores humanitarios» dentro de Siria para atender a víctimas de la supuesta represión de Al-Assad.
Todo esto con la venia de Turquía, cuyo canciller, Ahmet Davutoglu, dice mantener la política de «cero problemas con nuestros vecinos».
No es un secreto que el ELS quiere una intervención militar extranjera. Solo con ese apoyo podrán derrocar a Al-Assad y levantar un gobierno al servicio de la agenda occidental.
Por tanto, es muy probable que el ELS y las numerosas bandas que se subordinan a esa estructura repitan sus aventuras bélicas en la frontera para arrastrar aún más a sus socios de la región, y de más allá del Atlántico y del Mediterráneo. Además, servirá para acusar al Gobierno sirio de no respetar el alto al fuego sugerido, entre otros aspectos, en la propuesta del enviado de Naciones Unidas, Kofi Annan.
Así, la imagen de una banda paramilitar que ataca enclaves sirios y luego se retira, recibiendo la respuesta del ejército vecino, viene como anillo al dedo a una historia que desde el principio ha sido intencionalmente muy mal contada por los medios de comunicación, los más poderosos y de mayor alcance.