Que tus enemigos te vilipendien, bien, aceptable; pero que quienes te llaman «amigo» y «aliado» serruchen el piso bajo tus pies, da para preocuparse (y comprar un paracaídas).
Les ha pasado a varios jefes de Estado y gobierno europeos, con las revelaciones hechas por Wikileaks de los cables que circulaban —tal vez muy semejantes a los que aún circulan— entre Washington y sus embajadas por todo el mundo. Se dicen «maravillas» de ellos en esas informaciones «ultrasecretas», por lo que a Hillay Clinton, jefa de la diplomacia estadounidense, habrá que darle masajes en el dedo índice cuando termine de marcar los números telefónicos de todos aquellos a los que está llamando para disculparse y explicarles que «donde dije digo…».
El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, fue uno al que la Clinton —que se lo encontró ayer en Kazajstán— trató como «el mejor amigo de EE.UU.». Don Silvio estará tratando de encajar el elogio, después de que en los cables de la embajada norteamericana en Roma se dijera de él que es un «juerguista empedernido», amigo de dar «unas fiestas salvajes». Además, fue tachado de «irresponsable, presuntuoso e ineficaz», y le colgaron el título de «portavoz» del premier ruso Vladimir Putin en Europa.
Precisamente de Putin hay también comentarios. Los representantes de EE.UU. en Moscú se refieren a él como «Batman», y al presidente Dmitri Medvédev como «Robin», en alusión a los personajes de Hollywood, el primero de los cuales es el que lleva el protagónico. El Primer Ministro calificó de arrogante, grosero y poco ético el contenido de los mensajes, aunque no le dio mayor importancia.
Todo el mundo coge su ramalazo: de la canciller federal alemana Ángela Merkel, los diplomáticos de Washington dicen que es «poco creativa»; del presidente francés, Nicolás Sarkozy, advierten que es «impulsivo» y «autoritario», y del Gobierno español subrayan cierta manipulabilidad, al informar, entre otras cuestiones, que el jefe del gabinete, José Luis Rodríguez Zapatero, se comprometió, tras las quejas de la embajada de EE.UU. por pronunciamientos de políticos del PSOE contra la guerra en Iraq, a «no echarle más leña al fuego».
Ahora bien, mientras Clinton sigue con el teléfono en la mano y enseñando sus hermosos dientes, ¿alguien avizora alguna crisis entre EE.UU. y sus machacados aliados? Con independencia de que diplomáticos de otros países transmiten a sus respectivas capitales opiniones tal vez tan atrevidas como las que hoy se conocen —¡solo que Wikileaks no las ha interceptado aún!—, la realidad es que peores cosas se han sabido y todo ha seguido igual.
Este mismo año, la prensa norteamericana le dio a la matraca con la desarticulación de una supuesta red de agentes rusos en EE.UU. ¿Qué ocurrió? Que días después se intercambiaron agentes en Viena, Austria, y todo el mundo tranquilito para su casa. Y en los años 80, un israelí, Jonathan Pollard, metió las narices hasta los tuétanos del Pentágono. Cuando fue descubierto, ello no supuso una ruptura de relaciones con Tel Aviv. ¡Más bien todo lo contrario!
De modo que, cuando pasen las sonrisas hipócritas que acompañan a las disculpas, todo seguirá como antes. Sigamos leyendo entonces escandalosas revelaciones, cortesía de Wikileaks.