Los sondeos favorecen a Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, junto a Lula en uno de los últimos actos de campañas. Autor: AP Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
Después de la reconfortante noticia que fue la reversión del intento golpista del jueves en Ecuador, América Latina podría sellar la semana con otra victoria, si se cumplen los pronósticos que dan amplia mayoría en las presidenciales de este domingo en Brasil, a Dilma Rousseff.
Si bien los acontecimientos ecuatorianos fueron dramáticos y durante 12 horas mantuvieron en vilo a Latinoamérica y al mundo ante la conjura que intentó derrocar a Rafael Correa, el regreso victorioso del mandatario al Palacio de Carondelet, dejó lecturas positivas. La primera, el apoyo de un pueblo que exigió en las calles, sin temor, su devolución por los complotados a la sede del Gobierno. La segunda, y más importante, que siendo la conspiración en su contra un alerta, la Revolución Ciudadana saldrá más fortalecida de esta experiencia.
Tal desenlace echó por tierra los deseos de las fuerzas derechistas hemisféricas que, después de la asonada fascista en Honduras, habrían soñado quebrar otro eslabón a la cadena integracionista y de real independencia que se gesta en Latinoamérica.
Por eso, para quienes apuestan al cambio en marcha, sería otro importante triunfo que Dilma Rousseff se alce, si fuera posible hoy mismo, con la presidencia brasileña. Aunque los sondeos le otorgan puntos que oscilan desde un alto 52 a un mínimo de 48 por ciento de los votos, que la obligarían a la segunda ronda, nadie duda que ganaría aún en un eventual balotage. Pero los más entusiastas apuestan a que no llegará allá, porque obtendría hoy la mayoría absoluta para vencer en esta primera vuelta.
Tampoco parece haber dudas de que su gestión continuaría —aunque pueda tener sus propios matices— la ejecutoria de Lula, quien por demás se sentiría feliz de entregar el batón a la que sería la primera presidenta de Brasil.
Procedente, como él, del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que desde el año 2002 desbancó del Palacio de Planalto a los partidos de derecha y centro, Luiz Inácio Lula da Silva no solo le dio a la región el orgullo de tener al primer mandatario surgido de las más humildes filas proletarias. Además, ha gobernado con sabiduría y sentido de pertenencia a su país y a América Latina.
Aunque, quizá, el programa que marcó el inicio de su primer mandato, Hambre Cero, no haya logrado aún surtir todas las mesas, se estima que bajo los dos Gobiernos sucesivos de Lula, la vida de los brasileños sustancialmente mejoró. Las cifras dicen que con él, más de 29 millones de familias lograron subir peldaños y sacaron sus cabezas de debajo del umbral de la pobreza, en tanto se duplicó el salario mínimo y fueron creados 15 millones de empleos. Y ello se ha logrado sin tocarle un pelo a la tradicionalmente fuerte burguesía brasileña. Aquellos ya no pobres, que un analista del diario Clarín, quizá con demasiado entusiasmo, califica como «la nueva clase media», tendrían un peso decisivo en la elección de hoy.
Mas, aún siendo Dilma lo que en otros países habrían denominado «la delfín» de Lula, es decir, su heredera del PT, quizá lo más importante no sea que ello podría significar el traslado per sé, a Rousseff, del altísimo 80 por ciento de popularidad con que se despide el mandatario saliente. No debería hacerse solo la mera suma. Lo más relevante sería que las mayorías sigan identificando al PT como el cuerpo político capaz de satisfacer sus necesidades y mantener las riendas.
Pero claro que para un analista foráneo pesa también lo que ha hecho Lula de las fronteras de Brasil hacia afuera: una política promotora de la unidad y la integración, no reñida por eso con la capacidad que el crecimiento económico del país le ha dado para hablar, de tú a tú, con las grandes potencias.
Si, como se espera, la Rousseff sigue sus derroteros y deja en la estacada a su más cercano seguidor en las encuestas, el socialdemócrata José Serra, no hay duda de que saldrá ganando Brasil. Pero también ganará Latinoamérica.