Amigos venezolanos y colaboradores cubanos celebraron en el teatro Teresa Carreño el Día de la Cultura Nacional, con un concierto inolvidable protagonizado por José María Vitier y Cecilia Todd Autor: Yander Zamora Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
CARACAS.— Le avisaron de una manera —iba a decir inesperada— pero hizo honor a la verdad y dijo «esperada». José María Vitier quería regresar y lo hizo cambiado, a un país que también es otro, bien distinto a aquel de 1990 que recorrió haciendo jazz fundamentalmente, y donde conoció a esa mujer de voz espléndida que se llama Cecilia Todd, y que a partir de ahí fue su amiga y, como tal, le acompañó nuevamente ahora para darnos el único corazón que les quedaba de los cien que tenían, porque antes ya nos habían entregado 99.
En todo momento fue el escenario de la intimidad, este concierto único, en esta sala en semipenumbra del Teatro Teresa Carreño, donde amigos venezolanos y colaboradores cubanos —«porque Cuba no solo está en Cuba»—, celebraban con un aparente soliloquio pianístico el Día de la Cultura Nacional.
Recibían y a la vez le daban energía y amor a uno de los más destacados exponentes de esa raíz que hace pueblo, y sentíamos la savia de Cintio, el padre, y de Martí, porque ¿cómo separarlo del Maestro? , y la confesión atestiguaba lo que creo todos pensamos: la invitación a Caracas le llegó «en un momento complicado, que no me hizo más difícil el venir, sino que lo hizo más fácil, por la persona que nos falta…, y me vienen a la mente papá y Martí… y el deber se cumple sencillamente».
Con cada interpretación, los recuerdos y su historia. A Fresa y Chocolate, un filme-huella de Tomás Gutiérrez Alea, al que «modestamente apoyé con mi música», le siguió Tempo Habanero y luego Intimidad, obra creada para la versión cinematográfica de Humberto Solá de la novela El Siglo de las Luces, así que resultó necesario expresar que Alejo Carpentier hizo mucha de su obra en Venezuela.
La Comparsa de Ernesto Lecuona, a quien calificó con meridiana razón como «figura egregia de la cultura y el alma cubana» tuvo versión libre de envergadura en Comparsa.
De un poema de Rubén Darío nació Canción de otoño, tan hermosa como el verso que le inspirara: «Cuando mi pensamiento, cuando mi pensamiento va hacia ti, se perfuma», y que la canta Pablo Milanés en un disco suyo.
Su Son Nocturno solazó al publicó y alumbró la caída de la tarde caraqueña; fue magnífico en Pulso de Vida, ese mirar atrás y repasar la existencia, sintiendo que todo ha pasado demasiado rápido, pero lo mucho que vale la pena, como José María Vitier lo presentara, para darnos de inmediato en cada nota la sensación de aparente contradicción entre fragilidad y vigor.
No fue la única vez que el público puesto de pie le tributó una ovación, ni tampoco los primeros ¡Bravo! escuchados, sin embargo se evidenció cuánto había conmovido la interpretación de la música de En silencio ha tenido que ser.
Parecía que terminaría con Oración por Cuba, más los aplausos obligaron el regreso a escena, y quizá fue la remembranza de aquel primer viaje a Caracas el motivo de un cierre jazzístico con Calidoscopio.
La tarde dominical transcurrió en un suspiro. Hubiéramos querido más, aunque con cada número habíamos estado disfrutando no solo del talento de un consagrado pilar de la pianística cubana. Había traído consigo, desde La Habana a Caracas, a algunos de los cimientos forjadores, de los pulsos de vida de nuestra rica cultura.