Dominique Strauss Khan Segolene Royal Laurent Fabius Fotos: AP
«Quiero creer que el sucesor de François Mitterrand (el último presidente socialista de Francia) estaba aquí, esta noche», apuntó el secretario general del Partido Socialista, François Hollande, el pasado 9 de noviembre, ante los tres aspirantes a la candidatura única del partido, con miras a las elecciones presidenciales del próximo 22 de abril.
Además de Hollande, los 218 000 militantes de esa formación también han querido creerlo, y este jueves harán su elección en las urnas.
Tres son las figuras entre las que optar: Dominique Strauss Khan, ministro de Economía entre 1997 y 1999; Laurent Fabius, ex primer ministro de 1984 a 1986, en plena era Mitterrand, y Segolene Royal, diputada y presidenta regional de Poitou-Charentes, en el este del país. Tres que se han enzarzado en descalificaciones cruzadas, a veces tibias, a veces fulminantes, que irónicamente después serán «olvidadas», para hacer frente común contra el candidato de la conservadora Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido del presidente Jacques Chirac.
Cada uno ofrece su visión del futuro: el «socialdemócrata moderno» que es Strauss-Khan, se declara a favor de «lo social como prioridad», de redistribuir la riqueza, y cree posible lograr el pleno empleo en menos de diez años, si bien fue amigo de las privatizaciones y enemigo de reducir la jornada laboral a 35 horas semanales durante el tiempo que se desempeñó como titular de Economía.
Fabius, considerado el más a la izquierda, se ha opuesto al proyecto de Constitución Europea, se decanta por un socialismo «ofensivamente antiliberal», y ha pedido que el país no caiga en manos del probable candidato de la derecha, el actual ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, al que ha llamado «un hombre peligroso», cuyo triunfo supondría «una victoria del bushismo».
Por último, está Segolene Royal, una candidata que conjuga su notable belleza y su trato directo con la gente, con polémicas propuestas, como emplear el ejército para combatir la delincuencia y crear juzgados populares para evaluar la gestión de quienes ostentan cargos públicos. Partidaria del neoliberal proyecto de Carta Magna europea, propone paradójicamente invertir más en salud y educación, y preservar el modelo de bienestar.
Las acusaciones de demagogia que llueven sobre ella no han podido, hasta ahora, mellar su popularidad y su liderazgo en los sondeos, aunque la generalidad de estos no han sido aplicados exclusivamente a los militantes socialistas, que son los que «cortan el bacalao», al decidir hoy quién se queda y quiénes se van.
Ahora bien, ¿alguien recuerda cuando, al término de la campaña presidencial de 2004 en EE.UU., varios ex militares de la guerra de Vietnam publicaron un video en que despotricaban contra el candidato demócrata, el senador John Kerry, también él veterano de ese conflicto? La jugarreta respondía a una regla no escrita en estas lizas «democráticas»: vale todo. Y sabemos cómo acabó el cuento.
Al otro lado del Atlántico, en Francia, algunos aprendieron la lección, y han estado difundiendo dos videos problemáticos. En uno, Royal critica a los maestros y propone prolongarles el horario laboral; en otro, amenaza con privatizar las cantinas escolares de la región de Poitou-Charentes si los franceses rechazan —como lo hicieron en referéndum en mayo de 2005— el proyecto de Euroconstitución. ¿Será «pura coincidencia» que tales cintas aparezcan ahora? ¿Qué «puros fines» persiguen?
Este jueves se sabrá si los golpes bajos tienen efecto o no, y cuán realmente de izquierda será la opción escogida por los socialistas franceses para batallar por el Palacio de Elíseo.