La estrategia de comunicación pretende que en cada uno de los países el 90% de los infectados por la pandemia sean detectados, el 90% acceda a terapias antirretrovirales y el 90% tenga una carga viral indetectable
Las llamadas metas 90 90 90 son una herramienta para que los Gobiernos trabajen de manera organizada en el control efectivo de la epidemia del VIH, y también un respaldo al papel que juegan activistas de diversas comunidades y redes sociales para compensar la mayor vulnerabilidad de algunos grupos ante el virus, basada sobre todo en sus desventajas económicas o por edad, cultura, estilo de vida y género.
También en nuestro país en la prevalencia del virus y la incidencia de nuevos casos influyen esas variables, a pesar de lo logrado con un sostenido proyecto de equidad social y garantía de servicios gratuitos de salud para toda la población. Esa realidad define las líneas de intención del Centro Nacional de Prevención de las ITS/VIH-sida y sus estrategias de capacitación, investigación y trabajo comunitario centradas en los llamados grupos claves.
De 1 333 311 pruebas de VIH realizadas en todo el país en los primeros nueve meses de este año, más de 114 000 fueron intencionadas en personas que entran en uno o varios de los llamados grupos claves. Así se detectaron muchos más nuevos casos que en igual período de 2017 (81 por ciento más).
Hoy se sabe que los hombres que tienen sexo con otros hombres (HSH) representaban el 70 por ciento del total de casos diagnosticados en el país y el 86 por ciento entre los del sexo masculino; por tanto, en ese grupo se concentran los mayores esfuerzos educativos, pero sin perder de vista que dos de cada diez personas portadoras del virus son mujeres, la mayoría en plena edad reproductiva, y el 14 por ciento de los hombres adquirieron el virus en prácticas heterosexuales.
Esta realidad demuestra que el VIH no sigue patrones: más bien aprovecha cualquier brecha para migrar y sobrevivir, ya que no puede hacerlo fuera de un organismo humano.
El factor común en todas esas personas es la exposición al riesgo: muchos se negaron a incorporar el condón en sus rutinas eróticas, otros confiaron erróneamente en su «experiencia» para identificar posibles portadores y en no pocos casos las circunstancias en las que ocurrieron esos encuentros no permitieron una adecuada negociación de prácticas seguras o protegidas.
La prevalencia nacional (porciento de casos respecto a la población de referencia) no debe verse como una cifra homogénea. Como los prejuicios sociales son aún tan fuertes en cuanto a las transexuales femeninas, su capacidad de negociar una adecuada protección o mantener parejas fieles, sanas y estables es bastante precaria.
De las 4 000 identificadas hasta ahora en el país (según datos de la red social Transcuba, adscrita al Cenesex), el 19,7 por ciento porta el VIH, lo que las convierte en el grupo de mayor vulnerabilidad. Para ellas es muy difícil un estilo de vida que priorice el autocuidado cuando no tienen un adecuado respaldo familiar, sostén económico seguro y comprensión de sus necesidades diferenciadas en cuanto a servicios de salud.
La siguiente cifra significativa es la de los HSH: se estima que el 5,3 por ciento de esta población en el país porta el virus. No todos son conscientes de su estado y a veces mantienen prácticas sexuales desprotegidas con otros hombres o con mujeres. En este grupo es significativo el número de nuevos casos que se reportan en mayores de 50 años y hasta con 60 o más, casi siempre con un diagnóstico tardío (pasaron años como portadores sin saberlo), lo cual atenta contra sus posibilidades de revertir la carga viral y recuperar años de esperanza de vida.
Otro grupo con señal de alerta es el de las personas que practican sexo transaccional (PPST), clasificación en la que entran por igual quienes ofrecen favores sexuales a cambio de dinero u otros beneficios y quienes los aceptan, porque ambos comparten el riesgo de infectarse, sobre todo si es una práctica frecuente.
En el primer caso el perfil más común es el de mujeres jóvenes de piel no blanca, y en el segundo predominan los hombres blancos mayores de 40 años. La construcción social en torno a este fenómeno tiende a perpetuar esos patrones, pero en ambas categorías hay una diversidad muy grande de personas involucradas que muchas veces no son conscientes de su riesgo ante las ITS porque no identifican sus prácticas como reprochables o peligrosas.
Se sabe que el 2,8 por ciento de las PPST portan el VIH, y como en muchos casos suelen tener parejas estables en paralelo, constituyen un puente para que la epidemia se manifieste en otros grupos sociales.
En cuanto a la meta del segundo 90, el 84,3 por ciento de las personas en condiciones de recibir TAR (tratamiento antirretroviral) estaban dispensarizadas al cierre de septiembre (21 083 casos). Solo en 2018 se iniciaron 1 813. A medida que el país se acerque más al 90 por ciento se incluirá a todas las personas con VIH, tanto nuevos diagnósticos como aquellos que hoy no cumplen criterio para recibir TAR según su conteo de linfocitos cd4.
Las provincias de Artemisa, Pinar del Río, Cienfuegos, Guantánamo y Santiago de Cuba ya superan el 90 por ciento de personas con tratamiento, y los mejores resultados en cuanto a supresión viral (tercer 90) los reportan las tres primeras y Sancti Spíritus.
(Datos tomados del Registro Informatizado de VIH del Minsap, Cuba)