Hay más puntos de contacto entre el sexo y las ciencias «duras» de los que solemos valorar habitualmente. No pocos equipos han investigado a conciencia la eyaculación como fenómeno proyectivo, un fenómeno sin dudas harto interesante en su naturaleza química
¿Y de qué van a hablar ustedes?, preguntan las amistades a una pareja de recién egresados de Preuniversitario, cuyas futuras profesiones son bastante opuestas: ella matriculó Dramaturgia y él se adentrará en la Física Nuclear cuando termine el Servicio Militar Activo.
La chica lleva una aparente ventaja porque el teatro y el amor tienen muchos puntos de contacto, pero el profesor Jorge Legmany, Doctor en Ciencias Matemáticas y asiduo de las peñas de Sexo sentido, nos sugirió investigar otras aristas para incentivar al chico y a quienes rinden culto a las llamadas ciencias exactas.
Y ciertamente, muchas son las demostraciones del cumplimiento de diversas leyes de la hidrodinámica, la termodinámica y la física de los cuerpos sumergidos en la actividad sexual masculina. Así lo refleja el sitio cienciapopular.com, en el que parten de los estudios del griego Aristóteles sobre el papel de los fluidos comprimidos en la erección del pene, mientras otros artículos reflejan el uso del vocabulario físico para describir al órgano sexual más consentido, ensalzando cualidades como la longitud, dureza, resistencia, dilatación, consistencia, desafío a la gravedad…
¿Quién discute la utilidad de las leyes naturales en este asunto? La sangre debe alcanzar una adecuada presión hidrostática para que se mantenga donde más gusto suele dar, así que si quieren salir con elegancia de un episodio de flacidez involuntaria, achaquen el penoso fallo al efecto Venturi, generado por una obstrucción en la irrigación sanguínea hacia la base del pene… y luego corran al cardiólogo si tienen más de 50 años, porque esa disfunción suele ser predictiva de futuros infartos.
La Universidad de Groninga, en Holanda, se tomó en serio el modelaje físico de la penetración vaginal y descubrió que el pene describe una trayectoria curva, como la de los bumeranes, y no recta como algunos creían. De ahí el riesgo de fractura para los cuerpos cavernosos si en el desespero equivoca el rumbo y choca con el hueso pélvico de la pareja.
También la Termodinámica arroja luces sobre esta divertida actividad humana. Su segunda ley explica que durante el coito el cuerpo realiza un trabajo que libera energía y aumenta la entropía del sistema. Dicho en palabras de la poetisa matancera Carilda Oliver: «Me desordeno, amor, me desordeno», y ese desorden se transforma en calor para contribuir a otros procesos de la naturaleza.
No pocos equipos han investigado a conciencia la eyaculación como fenómeno proyectivo producido tras los espasmos del músculo pubococcígeo en la base del pene, el que a su vez reacciona a la combinación de estímulos mecánicos, bioquímicos, ópticos y sonoros (como bien saben los coordinadores de los bancos de semen humano).
En ese sublime instante del clímax, el cuerpo masculino responde a la tercera ley de Newton, según la cual a una fuerza aplicada le corresponde una reacción similar, pero en dirección contraria, como el culatazo de las armas de fuego.
Por eso las cópulas para garantizar la reproducción de la especie solo son posibles en las condiciones físicas de la Tierra. En gravedad cero el varón saldría disparado varios metros hacia atrás con la aceleración, y el semen se perdería en el espacio exterior.
El disparo eyaculatorio alcanza una velocidad promedio de siete kilómetros por hora, con una longitud máxima de 60 centímetros y una altura de 30, obviamente en un lanzamiento dirigido al aire. La información no solo es útil para adolescentes, sino también para aquellas parejas que se arriesgan a compartir caricias en la cercanía de otras personas supuestamente ajenas al suceso.
A partir de la segunda ley de Newton, el físico británico Len Fisher calculó que la potencia de una eyaculación es de un newton, unidad de fuerza que se aplica a un kilogramo de masa para generar una aceleración de un metro por segundo al cuadrado.
Claro que en términos absolutos los números son más modestos: un disparo genera de dos a cinco mililitros de plasma seminal. Las cifras extremas van en el contenido: si no hay dificultades de salud, debe haber entre 200 y 400 millones de espermatozoides en esa cucharadita de apenas tres gramos de peso.
Esa célula humana es la más pequeña y mide una micra o micrómetro (millonésima parte de un metro). Su eficiencia se debe a su forma hidrodinámica, que le permite nadar en busca del óvulo con un bajo gasto energético, empleando la inercia descrita en la primera ley de Newton. El flujo femenino comienza a frenarlo a las tres micras de distancia, según cálculos que emplean el número de Reynolds.
Gracias a otros minuciosos experimentos químicos se conoce que ese plasma blanquecino tiene un ph neutro para contrarrestar el ácido natural de la vagina y ayudar a los navegantes a sobrevivir 48 horas. Su consistencia viscosa dura entre 15 y 20 minutos para evitar el reflujo o escape del valioso producto, si la receptora toma la postura vertical. Luego de ese tiempo, muchachas, no hay forma de esconder lo que estuvieron haciendo, a menos que utilicen condón para atrapar la evidencia.
En fin, que hay más puntos de contacto entre el sexo y las ciencias «duras» de los que solemos valorar habitualmente… Tu sonrisa pícara al leer la palabra entrecomillada me prueba que no es necesario argumentar esa afirmación.