El reto de envejecer sin perder vitalidad sexual no depende solo de las condiciones materiales o la herencia biológica, sino también de creencias culturales adquiridas a lo largo de la vida
El reto de envejecer sin perder vitalidad sexual no depende solo de las condiciones materiales o la herencia biológica, sino también de creencias culturales adquiridas a lo largo de la vida.
Mucha gente piensa que al llegar a los 60 ese asunto estará resuelto, porque saciarán antes las ganas de intimar o habrá una pareja estable con quien hacerlo… Sin embargo, ninguno de esos caminos debe darse por seguro si no se crean las bases emocionales y de conocimientos para conquistarlos.
La generación nacida a mediados del pasado siglo vivió en su juventud una etapa de importantes cambios en los patrones sexuales y de género. Hoy se cosechan los ecos de aquella liberación, que si bien rompió innecesarias ataduras del cuerpo, no siempre se acompañó con la maduración espiritual adecuada para establecer lazos funcionales.
De ahí que muchas de esas personas arriben a la tercera edad con un historial de separaciones o soledades involuntarias y teman haber perdido el último tren del romanticismo, bien porque les faltan fuerzas para reiniciar la búsqueda o porque les da vergüenza «hacer el ridículo», según prejuicios sociales que limitan el ejercicio de sus derechos sexuales.
En ese malestar influye la pobre educación sexual de ese grupo etario, plagado de tabúes y concepciones difíciles de modificar, pero también su inhibición responde en gran medida a la reprobación social de otras generaciones con respecto a las expresiones sexuales en la ancianidad, algo que ven como anticuado o fuera de lugar.
Múltiples estereotipos niegan la naturalidad del comportamiento sexual entre adultos mayores, especialmente después de la viudez o el divorcio. La pérdida de compañía estable tras muchos años de relación se considera una marca definitiva, como si al volver a amar se profanaran los recuerdos de quien ya no está disponible, pero sigue siendo una figura importante en la familia, real o simbólica.
Encima de toda esa presión emocional, no faltan quienes se disgustan porque con esos amoríos la «nana» o el «custodio» no estarán disponibles las 24 horas del día. La «abuelidad» implica un cúmulo de tareas que pueden ser gratificantes, pero no es justo anteponerlas a otras maneras de alegrar la vida o que impidan satisfacer necesidades propias.
Obligar a una persona a elegir entre cumplir sus deseos o entregarse por entero a un bebé ajeno es egoísta e inmaduro, y a la larga genera malestares familiares. Una abuela «secuestrada» difícilmente colabore después con el desarrollo sexual de sus adolescentes o respete la privacidad de las parejas jóvenes bajo su mismo techo.
Cuando la persona vive sola puede sobreponerse a esos desafíos y hallar compañías ocasionales o fijas. En un hogar multigeneracional o en una institución de salud es mucho más difícil desafiar las reglas de convivencia y materializar encuentros tiernos con otras personas o autoconsolarse eróticamente, si es lo que le apetece.
Esas dinámicas deberían revisarse para dar más oportunidades de privacidad a quienes anhelan mantener la llama ardiendo en sus vidas, entre otras razones porque estas decisiones sentarán las bases para cuando nos toque esa posición… y para entonces seremos más los mayores, según los pronósticos demográficos.
Un día le tocará a la próxima generación distribuir nuestros horarios, espacios y tareas, y nuestra actitud de hoy hacia la sexualidad senil será el patrón por el que nos juzguen a la vuelta de algunos años.
Piensa en lo que te gusta y no quisieras que nadie te quitara porque lo considere aberrado después de los 60, como si el placer tuviera fecha de caducidad. Besos, caricias, abrazos y otras manifestaciones afectivas no solo son un derecho humano inalienable, sino que contribuyen al bienestar físico y sicológico individual y hasta colectivo.
Nada en el sexo es exclusivo de una etapa, ni es preciso renunciar a sus encantos mientras haya deseos. Ni el divorcio ni la muerte de la pareja pueden más que las ganas de vivir si se cultiva el amor propio como tesoro en crecimiento, y mientras haya ganas de compartir, lo digno es honrarlas, no importan las décadas o las arrugas.
Al atentar contra las delicias que anhelan nuestros padres y abuelos estamos minando las nuestras, a corto y muy largo plazos… si tenemos el privilegio de llegar a esa edad.