Si bien la Constitución declara ilegal todo tipo de discriminación, la práctica cultural reproduce patrones arcaicos que, además de perpetuar diferencias de derechos y oportunidades, generan infelicidad en sus protagonistas
Triste época la nuestra, en la que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Albert Einstein
Hoy es más frecuente ver parejas mixtas en cuanto a color de piel, origen, nacionalidad, capacidad física y tendencias ideológicas o religiosas, pero eso no significa que sea un paso fácil de asimilar para todas las familias involucradas.
Si bien la Constitución declara ilegal todo tipo de discriminación, la práctica cultural reproduce patrones arcaicos que, además de perpetuar diferencias de derechos y oportunidades, generan infelicidad en sus protagonistas.
Dar oídos sordos a esos malestares es un reto que enfrentan con optimismo y madurez muchas parejas, pero es muy duro verse en lugares alquilados o casas de amistades porque sus familias se niegan a aceptar la relación o la califiquen de desvergüenza y perjuicio para las futuras generaciones.
Pero no solo discriminan las familias que se creen superiores. Las otras, supuestamente inferiores y que deberían rebelarse ante esas absurdas diferencias y desarrollar una sólida identidad individual y alta autoestima en su prole, también optan a veces por presionarlos para que al crecer busquen parejas con un mejor estatus sobre aquello que asumen su «defecto», y «adelanten» a cualquier precio, incluso el de la salud o el de esconder sus ancestros.
Prohibir o intencionar con propósitos mezquinos es un ataque a los sentimientos más auténticos del ser humano, un paso atrás en su mejoramiento. En la adultez suele haber recursos para enfrentar esas actitudes o ignorarlas, si no queda otra opción. En la adolescencia y juventud, cuando aún se depende del sostén familiar (sentimental y económico), es frustrante calibrar a la gente teniendo en cuenta si le convendrá a papá, mamá u otro adulto significativo, sobre todo cuando temes violar las reglas y desatar una guerra que, como mínimo, desviará la energía de tu crecimiento espiritual y social.
No pocas parejas optan por un camino intermedio: esconder su historia mientras sea posible. Pero esa evasión también afecta la autoestima y genera desgaste emocional. Quien aprende a callar para evitar reprimendas difícilmente logre en casa un canal de retroalimentación positiva, y ese es uno de los factores protectores más importantes para el cuidado de la salud sexual y reproductiva.
En asuntos del corazón, como en muchas otras disonancias familiares, es difícil ponerse en los zapatos ajenos. Las discrepancias son más duras porque amamos a esas personas, aunque actúen de un modo que (creemos) nos perjudica sin merecerlo. Puede que la valencia de ese amor transmute en resentimiento, pero su intensidad es la misma.
Si no te importara su opinión o su felicidad, probablemente ni te perturbaras por las cosas que dicen o los obstáculos que levantan. Es muy decepcionante que las barreras vengan de donde esperas mayor apoyo, sobre todo si tu intuición te grita que en ese enfrentamiento nadie ganará, ni siquiera quien logre imponer su criterio.
Ciertamente la pareja es tuya, pero si quieres introducirla en tu marco hogareño, tienes que esperar cuestionamientos de todo tipo y prepararte para tranquilizar miedos basados en experiencias cercanas o estereotipos sociales. Mientras tu actitud general sea inmadura y te comprometas poco con el bienestar colectivo, será inútil negociar con tu familia más respeto y complicidad hacia tus decisiones.
La sicóloga española Miren Larrazabal explica que los seres humanos tenemos diversos niveles de pensamiento. Los más superficiales son los pensamientos automáticos: suposiciones o ideas que aparecen sin llamarlas. Muchas veces son inocentes, pero otras hacen daño cuando las exteriorizamos, sobre todo si las damos por válidas sin comprobar su veracidad o dejamos que dominen tercamente nuestras relaciones.
Si al liderar una familia, siempre sigues tu primer impulso, los más jóvenes aprenderán a temer tus reacciones y te excluirán de momentos que te gustaría vivenciar, como sus noviazgos, por miedo a que les hagas pasar un mal rato con esa persona que tanto les importa hoy.
Entre los pensamientos profundos están los esquemas para clasificar, estereotipos que distorsionan la realidad y condicionan lo que decimos, sentimos o hacemos cada día. Aquí entran muchas conductas discriminatorias que alimentan trastornos emocionales severos.
Tales pensamientos, conscientes o no, modelan nuestra vida. Es necesario reflexionar sobre ellos, identificarlos (a veces con ayuda profesional) y transformarlos a partir de otros conocimientos para aprender a estar en paz con las elecciones ajenas.
Si no confías en las decisiones de tu hijo o hija, si no le dejas equivocarse y acertar en su propio camino, no estarías confiando en tu propia crianza ni evolucionando al ritmo que necesitan. A veces lo importante no es que cada oveja vaya con su pareja, sino que el rebaño conserve la unidad, dicha y salud, con todos los matices y sorpresas de la vida.
Me sentía tan triste, deprimida e insignificante, que ni siquiera me miraba al espejo. Él, después de verme sufrir y hasta secar mis lágrimas, no pudo más y mediante un sms declaró que no podía retener más lo que sentía por mí.
Lo pensé mucho porque era mi amistad de muchos años, nos contábamos detalles de nuestras vidas, reíamos y llorábamos juntos… Pero con mucho tacto y delicadeza me supo guiar y confié en sus sentimientos. Me di la oportunidad de comenzar una relación y ¡cuánto me arrepiento de no habernos atrevido antes! Nunca imaginé tanta magia, pasión, deseos, tanto amor acumulado.
Compartimos muchas cosas, jamás hay discordia en nuestras ideas, siempre nos deseamos mucho y, a la hora de hacer el amor, somos un verdadero equipo. No pasamos media hora separados, sin que nos timbremos para hacernos saber que el otro está en la mente. Ely, 23 años.