Las personas delimitamos como propia una zona a nuestro alrededor que trasciende la piel y toma la forma del llamado cuerpo sutil o aura energética, y el esfuerzo por mantener al resto de la gente fuera de esa burbuja no siempre es consciente, ni es síntoma de grosería. Es un mecanismo para preservar el confort y la integridad física
Cuando el individuo ya no tiene miedo a perderse es cuando más posibilidad tiene de alcanzar realmente lo que es.
Michel de M’Uzan, sicoanalista francés
Por intuición y aprendizaje, las personas delimitamos como propia una zona a nuestro alrededor que trasciende la piel y toma la forma del llamado cuerpo sutil o aura energética, de la que tanto hablan las culturas orientales.
Ese campo se extiende entre cinco centímetros y 1,5 metros como promedio. Depende del género, edad, temperamento y cultura de origen, pero también de las prácticas cotidianas de socialización, pues no es lo mismo un transporte público que un parque, un cine o el hogar.
El esfuerzo por mantener al resto de la gente fuera de esa burbuja no siempre es consciente, ni es síntoma de grosería. Es un mecanismo para preservar el confort y la integridad física, porque a corta distancia es difícil reaccionar ante contaminaciones no deseadas. Es lógico proteger lo que palpamos, olemos, escuchamos y sentimos como íntimo, y muy natural disgustarnos si alguien vulnera ese territorio con ánimos de dominación.
A veces fundimos nuestro espacio temporalmente con el de otras personas, o les damos permiso para entrar y transformarlo cualitativamente. Ejemplo típico del primer caso son las relaciones de pareja y las filiales, con su natural intercambio de abrazos, besos, caricias, susurros y fluidos.
En cuanto al segundo, pensemos en el baile, algunos deportes e innumerables servicios, que sería imposible incorporar sin el abordaje a nuestro cuerpo, incluso en aquellas partes más incómodas de exponer a la vista o el tacto ajenos.
Por eso la medicina es una profesión que exige empatía, esa capacidad de sentirse en el lugar del otro sin pretender dominarlo. Solo así se logra interactuar con pacientes para diagnosticar sus malestares y ayudar a curarlos. Ciertas especialidades son muy invasivas en ese aspecto: estomatología, ginecología, urología, cirugía general, enfermería, fisiatría... Lo que facilita la tarea es esa imagen cultivada de integridad moral que ayuda a desligar nuestro cuerpo sexuado de las posibles fantasías de otras personas.
Eso no significa que quienes optan por carreras ligadas a la salud desistan de erotizar sus vidas, confundan su orientación o se incapaciten por amar. No hace falta practicar el sacerdocio para cumplir una ética milenaria que promulga no hacer daño físico o espiritual, y mucho menos aprovecharse de una posición privilegiada para materializar ideas libidinosas o pedir favores sexuales.
Similar código de respeto rige la labor de estilistas, masajistas y otras profesiones que viven de manipular el cuerpo ajeno para brindar bienestar y belleza, o que, sin ser de su incumbencia, se enteran de detalles picantes sobre salud, problemas domésticos o de pareja.
Manejar con discreción las «sombras» de tus clientes arroja luz sobre tu trabajo y te garantiza nuevas oportunidades. Que las personas se relajen contigo es un gran desafío, porque implica controlar el lenguaje corporal tanto o más que el verbal. Debes aprender a no mostrar perturbación por lo que ves, hueles, tocas y oyes, y sobre todo no comentar con terceros ni malinterpretar el encuentro.
Si en algún punto o con alguien en particular te resulta difícil ajustarte a las normas y mantener el vínculo en terreno seguro, pon en juego recursos de tu personalidad que garanticen distancia emocional o pasa el caso a colegas inmunes a esas tentaciones.
Si de verdad te interesa llegar a algo sentimental, rompe el lazo de trabajo antes de abrir el juego. La experiencia te ayudará a distinguir cuándo vale la pena dar ese paso, pero si no tienes aptitudes para mantener tus vivencias en el plano adecuado, cambia de oficio antes de perder tu fuente de ingresos y tu prestigio social.
Algunas personas hacen fijación con zonas o estados del cuerpo hasta el punto de derivar en parafilias. Si deciden llevar ese deseo más allá de la fantasía, pero temen ser descubiertos, es posible que busquen ámbitos laborales donde encubrir esas apetencias. Las entidades empleadoras deben tomar en cuenta sus vulnerabilidades en esa área y aplicar técnicas sicométricas en los procesos de selección y evaluación sistemática de su personal.
Hay casos inocuos o apenas detectables que satisfacen su delirio sin afectar la integridad ajena, como un fetichista del pie que trabaje en una tienda de calzados o un misofílico que se restriegue en la basura del camión de Comunales.
En otros la trascendencia del hecho es más grave y se impone prevenir o castigar sus actos: pedófilos que buscan trabajar en escuelas (aun en cargos ajenos a la docencia); frotadores que se entrenan como camilleros, fisiatras o salvavidas; necrófilos en el sistema de funerarias...
Muchas conductas sexuales alternativas escapan del escrutinio común, pero siempre hay indicios de que las cosas se vuelven algo raras con esas personas cerca. La ley ampara a clientes y empresas para promover una investigación administrativa y si se comprueba su tendencia se les puede excluir por falta de idoneidad del entorno que exacerba su condición. Para no desampararlos se les debe ofrecer, además de ayuda sicológica, otro empleo acorde con sus capacidades.
Si el asunto se encauza por la vía penal, deberán responder ante un tribunal y cumplir sanciones de multa o privación de libertad, según la gravedad del suceso demostrado.