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Derecho a envejecer

Aunque el envejecimiento como fenómeno social es un proceso que demorará algunos años en completarse, ya es realidad al interior de muchas familias

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Vive como si fueras a morir

mañana. Aprende como si fueras

a vivir siempre. Mahatma Gandhi.

«¿Para dónde vamos, papi?», preguntaba con ilusión los domingos cuando mi padre se despertaba temprano y alistaba la camioneta con aires de paseo. «Pa’ viejo», respondía él supuestamente huraño, y sin más datos anhelábamos que el misterioso destino involucrara diversión, naturaleza y un montón de primos y primas para eternizar la jornada.

Aquella «amenaza» suya mi padre la cumplió antes de lo que sospechábamos, y con él toda su generación y buena parte de la siguiente, tan ocupada en estudiar y trabajar que apenas tuvimos críos para alborotar nuestras vidas.

Aunque el envejecimiento como fenómeno social es un proceso que demorará algunos años en completarse, ya es realidad al interior de muchas familias, en las que un solo adolescente convive con varias personas de la tercera edad —o muy cerca— y no siempre es consciente de que en breve tiempo será su deber cuidar de ellas.

Además de contribuir a su soporte económico y velar por su salud, ese futuro adulto deberá proporcionarles medios para fomentar su espiritualidad, pues mientras más felices y activos se conserven, más oportunidades tendrán de seguir ayudando sin sentirse «un estorbo».

Para vencer ese desafío hay que desechar paradigmas que desacreditan a la vejez al tildarla de etapa infeliz o achacosa, y potenciar nuevos estilos de vida en función de una armonía hogareña basada en el respeto a los derechos esenciales de todo ser humano.

Más vida, más placer

Si es raro encontrar adolescentes que dominen sus derechos sexuales y reproductivos o sepan adónde acudir si sienten que les son vulnerados, más difícil aún es dar con gente que hable de esos temas después de los 60 años de edad, porque lo consideran un escándalo, cuando no una ridiculez.

Pero la vida sigue su curso, el cuerpo pide mimos, las canas van al aire y cada vez hay más reportes de ITS en esas edades, incluyendo nuevos diagnósticos de VIH/sida.

No menos llamativo es el número de embarazos cuyos padres superan el medio centenario, bien porque sus esposas decidieron parir después de los 40 o porque tienen una pareja más joven que ellos.

Los varones de esas generaciones responden mucho al mito de que la protección es «cosa de mujeres». Lo suyo es garantizar potencia, afirman, y no persiguen el condón con tanto ahínco como la pastillita azul; luego se llevan las manos a la cabeza.

Igual suele haber conflicto cuando es ella quien supera las cinco o seis ruedas, porque le enseñaron a creer que a esa edad no hay deseo o porque eligió confiar en la pareja y terminó sufriendo infecciones, más la vergüenza de pedir ayuda médica y complicaciones muy serias para su salud y autoestima.

También la convivencia multigeneracional complica el ejercicio del derecho en la tercera edad, a veces por razones económicas, pero sobre todo por un menosprecio anclado en argumentos culturales: si los cuartos no alcanzan, les toca a abuelas y abuelos perder privacidad.

¿Para qué la necesitan?, preguntan en casa, y por pudor no se les responde. Pero sí: además de ser un espacio ganado en una vida de sacrificios, el erotismo en esa edad es tan genuino como en cualquiera otra, así se nutra de besar la foto del cónyuge difunto, masturbarse o usar ropas que recuerden una etapa dichosa… y si es una pareja aún pueden acariciarse, dormir acurrucados, rememorar anécdotas picantes o tener sexo con la pasión y habilidades acumuladas.

Procurar atención médica integral y personalizada no vale solo para cuidar el cuerpo que envejece, sino también para potenciar todo su universo afectivo y dar vía segura a otros derechos, como la libre elección de pareja según la identidad de género u orientación sexual asumida y el acceso a métodos anticonceptivos recomendables en esa etapa, como la vasectomía.

El intercambio de conocimientos es otro privilegio que se debe defender, ya sea a través de las cátedras del Adulto Mayor, en el hogar o en peñas comunitarias de diversa índole donde se les brinde información sobre las técnicas adecuadas para mejorar su desempeño sexual, los vínculos interpersonales, la apariencia física y la alegría de vivir.

Esa alegría que nos ayudará a planear viajes-sorpresa o tertulias divertidas con la prole futura. Y si preguntan adónde vamos, como familia, individuos y país, responderles sin miedo: ¡Para viejos!

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