El concepto de fidelidad es relativo. Lo común es que las parejas acuerden mantener la exclusividad sexual, pero algunos modelos de relación son más flexibles y permiten romper la inercia
Se casaron a los 19 años, y aunque estudiaban en diferentes provincias, la relación sobrevivió. Para la celebración de los 15 de la hija invitaron a sus colegas de la Universidad y lo que parecía un matrimonio perfecto estalló en mil pedazos.
Ella tomó de más y sacó a bailar al hombre que la había enamorado durante la carrera. Se hicieron bromas al respecto, y el esposo, también ebrio, empezó a nombrar a las que habían sido sus compañeras de cama en aquel período.
Al otro día la hija los sentó, y tras reprocharles el papelazo con que deslucieron su fiesta, les pidió que definieran si dejarían en el pasado esas infidelidades o romperían el matrimonio ahí mismo, pues no estaba dispuesta a vivir en medio del rencor por el resto de su vida.
Admirados por la madurez de la chiquilla, decidieron arreglar las cosas. Las faltas de él estaban bien claras: prácticamente había confesado todo. Ella declaró que lo había sospechado en su momento, pero prefirió pasarlo por alto atendiendo a la distancia y la edad.
Ahora el marido cree que tanta condescendencia tenía un trasfondo diferente, pero ella no quiere ver traición en ese coqueteo con su compañero de aula: nunca tuvo un romance con él, nunca hubo un encuentro carnal, ni siquiera un beso, y jamás ocultó que era casada.
Claro que percibía los sentimientos del joven y hasta se sentía halagada. Si no lo contó a su marido fue para evitar celos «injustificados». A fin de cuentas él no era ningún santo… Hoy reconoce que emocionalmente dependía de aquel hombre más que de las llamadas del esposo o las visitas familiares, pero de ahí a cometer una infidelidad…
El concepto de fidelidad es relativo. Lo común es que las parejas acuerden mantener la exclusividad sexual, pero algunos modelos de relación son más flexibles y permiten romper la inercia con encuentros esporádicos, tríos, orgías y hasta vacaciones conyugales cada cierto tiempo.
El compromiso en esos casos cobra otros matices: si esas prácticas serán públicas o no, si se comparten con la propia pareja o se la mantiene al margen, en qué períodos o circunstancias no pueden realizarse, cuán lejos pueden llegar en el intercambio con esa otra gente… La fidelidad emocional pasa a ser más importante, al punto de que un hombre puede aceptar que su mujer tenga sexo con un amigo, pero considera pecado que le regale un ramo de flores.
En ese tipo de acuerdos la línea de peligro es mucho más subjetiva. Según la terapeuta norteamericana Mira Kirshenbaum, siempre nos juzgamos de acuerdo con nuestras intenciones, pero juzgamos a los demás por sus acciones, interpretadas a partir de cómo afectan nuestros sentimientos y casi nunca desde las motivaciones ajenas.
Para una pareja cerrada tradicional, el engaño carnal es un tabú. Las mujeres suelen respetarlo más, mientras que los hombres han heredado ciertos permisos culturales y solo lo ven censurable si la traición llega a oídos inconvenientes.
Sin embargo, ambos tienden a negar los episodios de infidelidad emocional hasta a su propia conciencia, escandalizada con esas relaciones platónicas que se vuelven resbalosas y adictivas.
Por eso la honestidad debe empezar hacia dentro. Según la experta citada, varias señales ayudan a ver cuándo el vínculo dejó de ser amistad para caer en ese limbo peligroso del que a veces es difícil salir, especialmente cuando la conexión emocional con nuestra pareja tiene lagunas profundas.
La primera señal es que no logras ser transparente, más bien escondes tus sentimientos sobre esa persona, te reservas lo que hablan o hacen juntos y de algún modo proteges la historia que viven juntos, aunque parezca inocente.
La segunda es que tratas de acapararle para compartir momentos únicos, más allá de las naturales confidencias o consejos amigables. Disfrutas en su compañía el romanticismo que debe despertar tu pareja y hasta te ilusiona la anticipación de verle.
La tercera es que te preocupa llegar a ser infiel. Si estás pensando en eso es que emocionalmente ya estás ahí, acota la experta, y sugiere aclarar los límites a tiempo para no dañar los sentimientos de nadie.
Es importante advertir que este tipo de ilusión no tiene necesariamente el respaldo de la otra persona. Por eso es importante clarificar lo que ocurre y evitar errores de interpretación que enturbien su estado de ánimo o le generen falsas esperanzas.
También es bueno saber que la orientación sexual en estos casos es un factor relativo. Algunas personas viven esa atracción platónica con alguien de su sexo y no les interesa materializarla. Eso no significa que sean homosexuales o requieran ayuda psicológica, a menos que lo vivencien con sufrimiento.
La infidelidad emocional es un vínculo en el que se comparte con otro ser lo que le tocaría por tradición a la pareja, pero no tiene caso buscar culpables porque nadie manda en sus propias simpatías. Lo más que puede hacerse es controlar esos impulsos y ser leales a nuestros principios para jugar limpio.
Si sientes que tu pareja está pasando por algo así, no es buena idea responder con celos o maltratar a esa persona que simboliza un peligro para tu relación: eso puede precipitar los hechos en una dirección que luego implique arrepentimiento de ambos lados.
Las parejas sólidas toman esos devaneos, en ocasiones, como una prueba enriquecedora y hasta divertida, los respetan y hasta fantasean con su desarrollo, con la esperanza, claro está, de que la historia no tenga mayores consecuencias y la unión salga fortalecida.
A propósito del tema de hoy, una colega sugiere compartir esta canción de Pablo Milanés, de su disco Proposiciones.
Te he visto pasando del brazo de un hombre, / que con su mirada te envuelve en amor, / te he visto sonriendo mostrando tus ojos, / sin sombras, sin dudas, sin guardar rencor, / al tiempo en que solo pronunciar mi nombre/ con cierta ternura te ahogaba en dolor. // Me vi caminando guardando distancias, / que solo mostraba la complicidad / de besos furtivos, de manos con ansias, / de darte un abrazo y gritar mi verdad, / de grandes olvidos, de encuentros, de instantes, / de amores y un poco tu infelicidad. // Qué dulces mentiras, qué grandes verdades, / qué nos inventamos para perdurar. / Qué filosofía, qué honor, qué ironía. / Que nadie se hiera, que todo se cuide, / si solo mi cuerpo se va a desgarrar. // Te he visto pasando del brazo de un hombre, / que de cierto modo podría ser yo. / Te he visto sonriendo, mostrando tus ojos / mientras te despeina y te envuelve en amor, / al tiempo en que solo pronunciar tu nombre / con cierta ternura me ahoga en dolor.