Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vivir para saber

Aunque resulte paradójico, es más fácil provocar un orgasmo que explicar racionalmente en qué consiste

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Si la mañana no nos desvela
para nuevas alegrías y, si por la
noche no nos queda ninguna esperanza,
¿es que vale la pena vestirse
y desnudarse?
Johann Wolfgang Goethe

¿Y qué es el orgasmo?, nos preguntaron varias personas en las últimas semanas, motivadas por el documental sobre el clítoris expuesto en el espacio televisivo Pasaje a lo desconocido.

Aunque resulte paradójico, es más fácil provocar un orgasmo que explicar racionalmente en qué consiste. Incluso la literatura científica no es muy clara al respecto, al punto de equiparar con la misma palabra, clímax, ese momento cumbre de lo erótico, con el período culminante de cualquier enfermedad (www.medciclopedia.es).

A mediados del pasado siglo los sexólogos norteamericanos Master y Johnson propusieron dividir la respuesta sexual en cuatro fases (excitación, meseta, orgasmo y resolución) para facilitar su estudio tanto en seres humanos como en animales.

Por más de 50 años se ha intentado describir los mecanismos de resorte del orgasmo a partir de los elementos del cuerpo que este involucra en apenas unos segundos de «explosión»: los sistemas circulatorio, endocrino, nervioso, osteomuscular…

Pero cuando el análisis se enfoca en la participación de la psiquis, se abre la brecha para la especulación científica,  apenas hay consenso y hasta se abusa de las metáforas, supuestamente desterradas del lenguaje de las ciencias: éxtasis, pequeña muerte, descarga amorosa, placer máximo, deleite sorpresivo…

De hecho, la mayoría de las aproximaciones al tema desde la educación sexual moderna prefiere dar técnicas para lograr el orgasmo femenino o retardarlo en los hombres, cuando no dan herramientas para diferenciar uno real de otro fingido… como si fuera posible disfrutar provocándolo y al mismo tiempo observar recelosamente a la pareja.

¿Meta o camino?

Para algunos autores el orgasmo es el principal acicate para exponernos al contacto más íntimo con alguien ajeno. Los motivos reconocidos van desde la liberación de la tensión erótica hasta la necesidad de «fusión total» con otro ser, según la cultura, prejuicios y paradigmas filosóficos de quien argumente.

De modo explícito o no, la mayoría de las fuentes ciñe el orgasmo al contacto con una pareja, con lo cual obvian la posibilidad de lograrlo mediante la exploración del propio cuerpo, una experiencia que se da incluso involuntariamente en la pubertad, antes de ser sexualmente activos, en un alto porcentaje de personas.

La Guía Sexual del siglo XXI —serie de programas educativos televisado en varios países europeos— describe entre los signos del orgasmo las contracciones musculares espontáneas acompañadas de una respiración entrecortada más rápida, aumento del ritmo cardiaco y de la temperatura corporal y los cambios en la coloración de la piel.

¿Y la vivencia simbólica que precede, acompaña o libera esos procesos fisiológicos? Como en tantas otras experiencias que involucran a nuestra subjetividad, cada quien tiene una opinión particular al respecto.

Así lo comprobamos la pasada semana en dos talleres realizados en Holguín con personas de la tercera edad y jóvenes del Instituto Superior Pedagógico José de la Luz y Caballero, quienes coincidieron en el temor para abordar el tema públicamente y —una vez roto el «hielo»— en lo anecdótico de sus descripciones, apoyadas sobre todo en la gestualidad para compensar la falta de conceptos más concretos.

Acto sublime, placer máximo, perder la cabeza y ver luces, fueron algunas de las frases empleadas en ambos grupos. También en ambos se clasificó ese momento como fin esencial de cualquier relación y exigencia clave para saberse hombre o sentirse plenamente mujer, mito muy recurrente en los correos dirigidos a nuestra sección.

Hasta quienes no han sentido nunca un orgasmo viven bajo el «peso» de esa identidad sociocultural estereotipada y sobrevalorada en el imaginario popular, al punto de que mucha gente prefiere mentir a las amistades o fingir ante las parejas para no «desentonar».

La anorgasmia es, entonces, otro polémico concepto que recae más en las mujeres, pero perjudica a los dos géneros porque lacera la relación entre ambos. Sobre ese fenómeno, y sobre la necesidad de saber cuándo se aproxima un orgasmo, hablaremos la próxima semana.

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