Los tiempos cambian, la promiscuidad no. Desde la antigüedad existe la polémica de si el hombre debe o no separar el acto sexual de los sentimientos
De acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua, se define como promiscua a la persona que mantiene relaciones sexuales con otras varias, así como un comportamiento o modo de vida irresponsable... en contraposición con la monogamia (una sola pareja) e incluso la abstinencia, defendidas como patrón en las relaciones de pareja de los últimos dos milenios.
Sin embargo, la promiscuidad es una conducta sexual que ha acompañado al ser humano durante toda su historia, desde que en los tiempos antiguos se aceptara una mayor libertad para estas expresiones, unido al amplio desarrollo de la prostitución y a las costumbres «relajadas» imperantes en aquellos momentos.
A veces ocurren de manera encubierta, pero cada día son defendidas más abiertamente por personas que no se consideran a sí mismas como «transgresoras» de lo establecido, según sus propios cánones, aunque en la práctica demuestren lo contrario.
Sería útil añadir que esa forma de enfrentar la sexualidad no les crea ningún problema de tipo moral o psicológico a tales individuos, pues son consecuentes con sus actos y disfrutan de esas relaciones alocadas.
No obstante, la psicóloga Ana María Kano, máster en sexualidad del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) desaconseja este tipo de comportamiento sexual, sobre todo en la adolescencia, cuando no se ha alcanzado una total madurez sino que todavía se está en la construcción ascendente de la propia identidad.
La especialista aboga porque las personas se conozcan, tengan una relación humana en la que predominen la ternura, los afectos, y sobre todo que puedan tener salud sexual, se protejan, cuiden y amen.
«Con una actitud diferente se corre el riesgo de no permitirnos el conocer y disfrutar a los seres humanos como corresponde, porque de los contrario el hecho de compartir una experiencia sexual es solo físico, biológico, carente de otro tipo de sentimiento, mucho más enriquecedor», afirma ella.
El término promiscuo y toda su familia es cada vez menos usado por los expertos, por su connotación discriminatoria, según explica Isabel Duzca, especialista de capacitación del Centro Nacional de Prevención de las ITS/sida.
Pero lo que respalda este pudor lingüístico no es que el vocablo no sea tan exacto como lo define la academia, sino que mucha gente no se identifica con él y por tanto no se dan por enterados del mensaje para detener la pandemia. Además, Duzca afirma que si no hay protección existe el mismo riesgo de adquirir el VIH, sea o no promiscua la conducta, especialmente en jóvenes y adolescentes, cuyas condiciones biológicas resultan más vulnerables al iniciar su vida sexual activa.
Obviando el elemento espiritual, que destacaba la máster Ana María, se puede constatar el hecho de que una persona que mantiene sexo seguro o protegido, sin intercambio de fluidos corporales, puede evitar la transmisión del virus.
Pero eso sería tomar el rábano por las hojas: Según estudiosos del tema, los encuentros físicos casuales pueden dejar al cuerpo satisfecho, pero queda siempre un vacío por falta de intimidad emocional: la persona aprende a disociar el contacto físico de la relación afectiva y eso va en contra de un desarrollo emocional sano, con o sin el profiláctico de látex.
¿BUSCAR O ESPERAR?En nuestro continente, los medios masivos de comunicación han jugado un importante papel en la propagación de conductas sexuales irresponsables, al exhibir prácticas eróticas demasiado realistas e imponer patrones altamente genitalizados de cómo llevar la vida afectiva.
Para eludir tales mensajes, Tamara, una joven cienfueguera, propone una espera enriquecedora: «Cada cual tiene reservado lo que le toca... no es necesario salir a buscarlo o mantener dos o tres relaciones al mismo tiempo. Es más simple tener a una sola persona con la que te sientas bien y no tratar de buscar al amor de tu vida, porque ese en algún momento te va a llegar».
Jóvenes latinoamericanos que estudian en Cuba, como el ecuatoriano Lenin Freyre, creen que «la promiscuidad afecta a toda la familia: aún no captamos cuánto impacto crea en la sociedad este modelo, que no ayuda a pensar en futuro».
Sin embargo, no todos piensan igual.
Por su parte una joven matancera se declaró partidaria de las relaciones promiscuas porque «al buscar en diversos sitios se puede encontrar la pareja ideal y hasta llegar a ser feliz».
El colombiano Gabriel Quijano piensa que el concepto promiscuidad «es algo infundido por las religiones y la doble moral de algunas sociedades», y por tanto para él, como para el mexicano Roberto Realpozo, es lo más natural como vivencia.
Este último admite que vive «para gozar porque el mundo se va a acabar, y la promiscuidad no debe ser juzgada más que por quien la practica, porque ese es el que verdaderamente la conoce».
Mientras, la capitalina Yanela reflexiona: «la promiscuidad depende en gran medida de los sentimientos humanos, y estos son algo muy variable. Hay personas que hacen del amor un deporte».
En gran parte, los jóvenes encuestados por JR coinciden en que la promiscuidad es la búsqueda del amor pasando de pareja en pareja y eso te deja un vacío de sentimientos y de alma, pues a diferencia de los otros animales, los seres humanos no actuamos por instinto o impulsos incontrolables. Lo que realmente importa en el sexo no es dejarlo actuar ciegamente, sino controlarlo y mezclarlo con amor y ternura para compartirlo a plenitud con el ser amado, para vivir así con amor y sin riesgos.
CUESTIÓN DE GÉNEROTradicionalmente se ha tachado al varón de ser más vulnerable y de caer fácilmente en anécdotas de cama. Los estereotipos de género heredados les impulsan a ser típicos «machos» que no dejan pasar falda por delante sin desearla.
Esta conquista sexual como símbolo de virilidad encontró soporte teórico en un estudio realizado el pasado siglo en la universidad norteamericana de Bradley, en el que se señalaba a los hombres como promiscuos por naturaleza: más allá de cualquier patrón cultural, achacaba todo a «pura genética».
El estudio originó una amplia polémica en la comunidad científica internacional porque sus conclusiones salían de entrevistas a 16 000 hombres de todo el mundo, según su director David Schmmidt, defensor de la teoría de que ver una mujer y desearla era lo más «natural» para ellos.
Sin embargo, la práctica desdice tal tesis: Hoy también las mujeres hablan con naturalidad del sexo, algo que realizan y disfrutan, y con el uso de Internet es cada vez más fácil conseguir «compañía» —ya sea hétero, homo o bisexual— sin salir de casa, con la ventaja, dicen algunos, de que tal «ciberpromiscuidad» conjura el peligro de las ITS.
Pero entre bandazos reales o virtuales, el amor sigue siendo la opción que refleja una sexualidad responsable, antítesis de la mezcolanza que implica la promiscuidad, llámese como se llame en estos momentos.