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Cualquiera puede morir

Ganadora de un Globo de Oro y 15 premios Emmy, Juego de Tronos, con su universo de fantasía medieval y aventuras, ha gozado desde sus inicios de un éxito descomunal

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

¿Se puede amar a alguien (o algo) a quien no entiendes del todo? La vida ha demostrado que en cuestiones de tan complicado sentimiento, no resulta extraño caer rendido de pasión ante un simpático pestañeo, una sonrisa iluminada, unos ojos bonitos..., aunque al final descubras que apenas conoces qué alberga en su interior aquello provocador de tantos suspiros. Esa actitud podría explicar el «reprendimiento», incluido el mío, de los televidentes con Juego de Tronos, el más reciente estruendoso triunfo de HBO, convertido en un fenómeno de masas a nivel mundial.

Como muchísimos, permanezco atento a los días que nos separan de la séptima temporada de esta producción que bebe del ingenio de George R. R. Martin, recogido en Juego de Tronos (A Game of Thrones, 1996) y en el ciclo de novelas que integran Canción de Hielo y Fuego. Sin embargo, debo decir que en la pequeña pantalla no siempre ha sido contada con eficacia la abarcadora historia narrada por el periodista, guionista y escritor nacido en New Jersey en 1948, poblada de numerosos, importantes e intensos personajes. Y es que a veces se disgregan, quedan vacíos, en las variadas líneas argumentales que suma esta trama desarrollada principalmente en Poniente, continente ficticio donde las estaciones duran años y se entablan encarnadas batallas dinásticas entre fuertes familias nobiliarias para controlar el preciado Trono de Hierro.

Entonces, ¿cuáles son los secretos de este título que se emite desde 2011, en el que a veces se torna difícil seguir el hilo de tantas tramas, y donde los supuestos protagonistas mueren al terminar cada temporada, que mantiene en vilo al mundo entero? Seguramente debe existir alguna encuesta la cual informe sobre aquello que gustan encontrar en las series los televidentes, donde salga a relieve que los atrapa ese estilo característico de Juego de Tronos en el cual todo termina en tragedia.

Si hay algo que abunda en la serie creada por David Benioff y D. B. Weiss, ubicada en el puesto de honor del ranking de los lectores de Juventud Rebelde, es la combinación de altas dosis de violencia y sexo en un guion lleno de sorprendentes acontecimientos, donde el ritmo resulta verdaderamente trepidante.

En Juego de Tronos resalta la crueldad de sus personajes (con frecuencia de dudosa moralidad), responsables de escenas llenas de terror debido a sus tratos inhumanos y degradantes. Y como si no bastara, aquí no escasean, además, las ejecuciones, torturas, violaciones, matrimonios forzados, maltratos a los débiles (niños, ancianos y mujeres), asesinatos masivos, espionaje, notable carga erótica y sexual... Con esos «atributos» no es complejo lograr tan llamativo impacto popular en los cuatro puntos cardinales.

Cierto que no han sido pocas las críticas que ha recibido por todo ello George R. R. Martin, pero él se defiende: «Puedes describir con todo detalle cómo un hacha penetra en el cráneo de una persona y nadie se quejará. Pero si describes con igual detalle cómo un pene entra en una vagina, recibes un montón de cartas de lectores diciéndote que no volverán a leerte nunca más. ¿Cómo es posible si esto último trae al mundo mucha más felicidad que lo primero?».

El caso es que este dramatizado se ha impuesto, en lo cual ha tenido un peso decisivo la cadena televisiva que lo produce. Con poderosos avales de series que aún permanecen en el imaginario popular, a pesar del tiempo transcurrido de su transmisión (Breaking Bad, The Sopranos, Twin Peaks, Mad Men, True Detective y The Wire, todas de marcada calidad), HBO parece haber hallado definitivamente los ingredientes para hacer cumplir los claros postulados que guían      a alguien como Philipp Steffens, jefe de    ficción de la televisión alemana RTL, quien admite que lo esencial es «mantener al público al filo del asiento. Esto es tele, debes evitar que la gente cambie de cadena».

Sin dudas, aunque nos enfrentamos a un guion que requiere de una gran jerarquía, sobre todo cuando se ha propuesto presentar innumerables situaciones en medio de un panorama tan enorme (ello evita que haya que preguntarse demasiadas cosas para seguir la historia), no se puede negar que el desarrollo de las tramas resulta emocionante, gracias a las intrigas políticas interesantes que propone, con sus muchas variables y engaños. También se explotan al máximo la tensión y el suspenso, se crean ambientes épicos que provocan ganas de saber, a pesar de que se juega una y otra vez con los personajes a quienes se les asestan no pocos golpes bajos.

Reconozco que en Juego de Tronos me veo imposibilitado de localizar en mi mapa imaginario del Poniente cualquiera esos misteriosos lugares donde habitan los personajes, o de deducir dónde viven los buenos o los malos... Creo que hasta para el más aventajado en Geografía constituiría un desafío inmenso. Pero los espectadores no les dan mayor importancia a esas «nimiedades». Los personajes se muestran delineados y llenos de conflictos por resolver, lo cual los hace tremendamente atractivos. Ello es más que suficiente para muchos. Máxime cuando aparecen defendidos con credibilidad.

Porque también hay que decirlo: en Juego de Tronos las actuaciones cumplen sin problemas sus cometidos. No se puede hablar de un actor que desentone en esta serie coral. De cualquier modo, aunque a veces no me atrevo a hablar de quiénes representan los papeles principales, hay pilares que no debo dejar de mencionar, como el ingenioso y elocuente, pero también frío y calculador, Tyrion Lannister, interpretado por el norteamericano Peter Dinklage.

En ese grupo sobresalen asimismo Jon Snow, el hijo ilegítimo de Eddard Stark, señor de Invernalia y guardián del Norte; y Daenerys Targaryen, la madre de los dragones. Lo mismo el británico Kit Harington como su coterránea, Emilia Clarke, asumen con total eficiencia sus respectivos roles de jóvenes, en un principio algo indefensos, que poco a poco se van transformando en auténticos líderes. No obstante, en Juego de Tronos no se produce ese duelo de titanes de la actuación como en Mansión Crawley, por ejemplo. Todos lo hacen bien, pero ninguno deja sin aliento.

Otra cosa es la producción. Sinceramente no creo que existan en el mundo muchas cadenas tan poderosas como HBO, capaces de materializar un superproyecto de la talla de Juego de Tronos y conseguir ese elevadísimo nivel de excelencia en la realización, visible igual en las impresionantes locaciones y cuidados decorados donde se ha rodado (se eligieron varias regiones de Europa y Nueva Zelanda), así como en los efectos especiales y sonoros, el vestuario, etc.

Ganadora de un Globo de Oro y 15 premios Emmy, Juego de Tronos, con su universo de fantasía medieval y aventuras, ha gozado desde sus inicios de un éxito descomunal. A la gente le encanta, aunque de vez en cuando aparezcan personajes que usted ni siquiera recuerde, o no pueda darse el lujo de tomarles demasiado cariño a ninguno de los hermanos Stark, los Lannister o a Khaleesi, porque, ya lo dijo George R. R. Martin: «Cualquiera puede morir».

 

 

Curiosidades

 

Para esta serie se creó especialmente el dothraki. HBO contrató al creador de lenguas David J. Peterson, de la Language Creation Society, para desarrollar este idioma que posee su sonido único, un extenso vocabulario y una compleja estructura gramatical. Así salió el término Khaleesi, que significa «reina». Khaleesi se hizo tan popular que, según datos de la Administración de Seguridad Social de EE. UU., en 2012, en ese país más de 150 bebés recibieron ese nombre de sus padres fanáticos.

Récords

 

El 6 de abril de 2014 empezó la cuarta temporada de Juego de Tronos y batió récords de audiencia. No solo en HBO, sino también en las plataformas de descarga de todo el mundo. Tras nueve meses de espera, ese primer capítulo reunió frente a la pantalla a 6,6 millones de espectadores, mientras que otros 1,6 millones vieron el segundo pase del estreno, lo cual significó el triple de los que logró convocar en 2011.

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