La parte corporal de Onelio murió hace 30 años, un 29 de mayo. Nos toca a los que gustamos de su obra y admiramos al ser humano que fuera, no dejar que se vaya completo
En Nadie me encuentre ese muerto, uno de los más bellos, y paradójicamente menos conocidos cuentos de Onelio Jorge Cardoso, el narrador personaje dice: «Porque al que no se quiere ya se puede morir o seguir viviendo, pero al que sí, hay que buscarle otra forma de que no se vaya completo».
La parte corporal de Onelio murió hace 30 años, un 29 de mayo. Nos toca a los que gustamos de su obra y admiramos al ser humano que fuera, no dejar que se vaya completo. Vamos siendo pocos, y no solo por la lamentable circunstancia de la imposibilidad de republicar sus libros, sino por el prejuicio ante una obra que muchas veces no se ha leído con profundidad, y por las obsesiones binarias de la crítica y los lectores especializados, o sea, como he dicho otras veces, la tendencia de nuestra crítica —en ocasiones manifestada generacionalmente—, de absolutizar las preferencias y negar al supuesto contrario.
Pero en esta oportunidad no voy a reiterar la necesidad de recuperar la obra oneliana, sacarla del olvido, volverla a colocar en el sitio que le corresponde en la literatura cubana, sino basarme en el cuento al que aludí al principio, para hacer algunos comentarios que tienen que ver con la proyección del autor en su obra.
Siempre me ha parecido que hay un nexo entrañable entre ese relato y su propio autor en cuanto a su personalidad ética. Lo que, desde el punto de vista puramente ideoestético, no es para nada un descubrimiento, ya que la subjetividad autoral se manifiesta siempre, de una u otra forma en su criatura. Nadie me encuentre ese muerto, como he dicho en otras oportunidades, reitera temáticamente uno de los principios onelianos en cuanto a la ética de la creación literaria y artística: la capacidad del arte para incidir en los receptores y lograr en ellos una aprehensión distinta —y mejor— del mundo; principio desarrollado desde El cuentero, el fundacional relato de 1944.
Muchos de los cuentos de Onelio Jorge están basados en ello, pero no de una manera abstracta o conceptual, sino desarrollando, en una historia concreta, un aspecto que tiene que ver directamente con lo conductual y la forma en que la propone a sus lectores. El caso de Samuel, el protagonista de Nadie me encuentre ese muerto es ideal para reflexionar sobre la voluntad de Onelio de influir en el individuo a través del arte. Intencionalidad que hay que calificar de ético-estética, porque se trata precisamente de llevar lo ético por los caminos de la literatura —en su caso del cuento— sin renunciar a los valores que la expresión artística exige. El hecho de que en la mayor parte de los relatos que tratan este tema —El cuentero, Los sinsontes, La noche como una piedra, El canto de la cigarra, entre otros—, uno de los personajes represente al artista, no es un hecho casual. Está en el propósito del autor y puede estar dirigido tanto a los receptores de un hecho artístico como a sus creadores.
En esa concepción también está el costo sicológico que esa responsabilidad supone para el creador que, por otra parte, no debe ser volcado en el receptor. De ahí que en ese cuento, cuya narración es posterior, se enfatice más en la reacción de los oyentes que en las propias acciones y sentimientos de Samuel.
La imagen que da este personaje a sus vecinos no deja ver sus preocupaciones y angustias; sin embargo, son tan graves que lo llevan al suicidio. Su generosidad y sensibilidad humanas —valores imprescindibles en el creador de bienes culturales, según la ideoestética oneliana— le impiden exteriorizar sus problemas, lo que supone un desistimiento estoico de su propio yo en beneficio de su relación social humana. Samuel es, en este sentido, un personaje paradigmático en el sistema ético estético oneliano: «Así era y así siguió siendo cuando inesperadamente una mañana se marchó del pueblo. Porque eso pasó un día. Claro que a nadie dijo nada, ni adiós siquiera. Una lágrima no; ni siquiera una pena quiso dejar a su espalda».
Sin forzar la comparación y reconociendo que se trata de una obra ficcional y no de un relato confesional, hay puntos de contacto con el propio comportamiento de Onelio Jorge ante los demás. La imagen de Onelio, por lo menos para quienes no nos hallábamos entre sus íntimos, era la de un hombre extrovertido, fabulador, incluso humorista. Los jóvenes de entonces reclamábamos y disfrutábamos «los oneliazos», como solíamos llamar a las espontáneas conversaciones que sostenía con nosotros en los portales de la Uneac. Nunca lo oí lamentarse o comentar sus problemas personales. No obstante, algunas claves pueden indicar que, como toda persona, tenía conflictos y penas, aunque no los exteriorizara; tal como en el caso de Samuel. Una de esas claves pudiera ser el bloqueo creativo que sufrió durante casi diez años, hasta su último libro, La cabeza en la almohada (1983) que, como ha reconocido la crítica, no está a la altura de Abrir y cerrar los ojos y El hilo y la cuerda, los libros ejemplares de su madurez creativa.
Otra señal tiene que ver con una anécdota personal. Onelio sentía mucha admiración por Bola de Nieve. Cierta vez me dijo que le gustaría hacer un cuento basado en su personalidad. «¿Por qué no lo escribe?», le pregunté. «Ya él lo hizo, con esa frase contundente que dijo en una entrevista: «Yo soy un hombre triste que siempre está alegre». Esa respuesta, más cerca de una fuerte impresión subjetiva que de una valoración estética, pudiera sugerir que, de alguna manera, se sentía identificado con la paradoja, que era, a su vez, similar a la de Samuel.
O sea, lo expresado en su obra —no solo en este cuento, pero principalmente en él— formaba parte de su personalidad civil y artística. Su vida y su actividad intelectual se correspondieron siempre con los postulados que defendía en su cuentística, lo que constituye un ejemplo de honestidad intelectual y de generosidad personal.
Si en el mes de mayo de 1986 «estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino», la manera de que Onelio no se vaya del todo es valorando su obra y procurando que las nuevas generaciones lo conozcan y lo aprecien.