Recorremos algunas claves científicas para entender la intensidad mortífera de los sismos ocurridos en Turquía y Siria
Después de la agonía de las cifras que siguen en aumento y ya sobrepasan las 17 000 muertes, tras la ocurrencia este lunes de dos terremotos (7,8 y 7,5 grados de magnitud), con sus réplicas, las preguntas se siguen cerniendo en el aire. Tal vez, nacen de nuestra impotencia natural, de ese absurdo que nos sobrepasa cuando un fenómeno inexplicable nos estremece a todos como humanidad.
Pero siempre, pasado un poco el momento de shock, volvemos a acercarnos a la ciencia para poner un poco de orden sobre el caos que generan estos sucesos, y hallar, al menos, algunas respuestas. Intentemos descubrir las principales claves que hicieron de estos terremotos una catástrofe tan dolorosa.
La razón de esta sorprendente actividad sísmica se debe, en términos de la sismología, a que en esta zona del planeta convergen cuatro placas tectónicas: las de Anatolia, la Arábiga, la Euroasiática y la Africana. Estas masas de tierra, según explica la revista especializada National Geographic, forman la capa más externa de nuestro planeta y se desplazan constantemente impactándose entre sí.
Los terremotos ocurren con mayor frecuencia en las líneas de falla en esta zona de convergencia. Estas líneas de falla originan fracturas en la superficie del planeta. En esta región existen dos grandes fallas transformantes, o sea, fallas en las que se produce un desplazamiento lateral de una placa tectónica con respecto a la otra: se trata de la falla de Anatolia Septentrional (de mil kilómetros de longitud) y la falla de Anatolia Oriental (de 700 kilómetros), por lo que hay dos grandes líneas de enorme riesgo de movimientos que afecten con gravedad la superficie.
La convergencia de cuatro placas tectónicas y la presencia de dos fallas convierten el área en una zona de alto riesgo sísmico. Infografìa: Tomada de 20 Minutos
Cuando estas placas acumulan presión entre sí debido a movimientos laterales, suelen tener momentos de «desatascarse» que finalmente liberan una gran cantidad de energía que se convierte en terremotos o tsunamis, explica el sitio especializado en Geografía.
En este caso, la placa de Arabia se movió y desplazó hacia el norte, chocando contra la placa de Anatolia. Precisamente la fricción de estas placas ha sido la responsable de terremotos muy dañinos en el pasado. Por ejemplo, el 13 de agosto de 1822 provocó un terremoto de magnitud 7,4, algo menor que los registrados ahora.
Aun así, el terremoto del siglo XIX provocó daños inmensos en las ciudades de la zona, con 7 000 muertes registradas solo en la ciudad de Alepo. Esta vez, al primer sismo, que tuvo su epicentro cerca de la ciudad turca de Gaziantep, le siguió horas después el segundo temblor, de magnitud 7,5, pero otro factor determinante estuvo presente: la poca profundidad de estos movimientos, que resulta en un mayor impacto en la superficie. Por ejemplo, el primero tuvo su epicentro a solo 18 kilómetros de la superficie.
Ya ha habido varias réplicas después del terremoto actual y los científicos esperan que siga la misma tendencia que el anterior gran terremoto en la región, cuando las réplicas dañinas siguieron durante casi un año.
Pero esta no es la única razón para los altos niveles de muerte y destrucción ocurridos esta semana. También se unen al rompecabezas elementos de la sismografía, y hasta de ingeniería civil.
En zonas de alto riesgo como son estas convergencias mencionadas, lo usual es que una alarma sísmica provea a las personas de algunos segundos para al menos correr fuera de sus viviendas. Un buen ejemplo es lo que sucede en México, donde también convergen bajo tierra varias placas, y la falla de San Andrés ha obligado a realizar seguimientos sismográficos detallados.
La alarma sísmica mexicana permite detectar cuándo un movimiento tectónico puede exceder los seis puntos en la escala Richter y una señal de radio es emitida segundos antes de que este movimiento llegue a la superficie. Luego llega a una central que la retransmite a estaciones de radio, televisión e incluso está en aplicaciones para teléfonos celulares, según detalla BBC.
Si bien se trata de muy poco tiempo, a veces esto permite a cientos o miles de personas escapar de estructuras peligrosas y ponerse a mejor resguardo. Esta medida sismográfica, unida a una cultura de la sismología promovida por las entidades
encargadas, intentan evitar tragedias de gran magnitud en áreas geográficas tan sensibles.
En el caso de Türkiye y Siria esta alerta no existe, y si a ello sumamos que los seísmos de este principio de semana ocurrieron en un horario de sueño, durante la madrugada, es más fácil entender por qué tan pocas personas lograron reaccionar a tiempo.
Pero, además, este terremoto ocurre en una región donde hacía más de 200 años que no había un sismo de estas magnitudes y en este tiempo no ha habido alguna señal de advertencia, por lo que el nivel de preparación fue menor que en sitios habituados a estos fenómenos.
Este largo período de tiempo sin grandes movimientos sísmicos en la zona afectada, también explica que una inmensa parte de las edificaciones de la región no sean a prueba de sismos. Ni siquiera robustas a un nivel común, y así lo evidencian los cientos de fotos que circulan sobre los daños a edificios multifamiliares totalmente derrumbados hasta su base, o de los que quedó muy poco en pie.
Tristemente, si unimos todos estos factores de riesgo, obtenemos una dolorosa respuesta: dos sismos de gran magnitud seguidos de poquísimo tiempo y en estas circunstancias solo pueden terminar en una devastación como la que atestiguamos hoy. Ante tal conclusión, ni la ciencia puede evitarnos el tiempo de la tristeza necesaria, pero sí puede seguir apuntando a soluciones futuras para disminuir este tipo de impactos, que más allá de números, ha dejado a decenas de miles de familias incompletas.