Que una calle sea de madera es hoy un hecho singular. Que esté ubicada en La Habana Vieja, en el entorno de la otrora Plaza de Armas, rodeada de palacios y monumentos, la convierte en un lugar donde se funden belleza, historia, patrimonio. Cada semana se realiza, justo en ese sitio, el Sábado del Libro, un espacio ganado para la promoción del libro, los autores y la lectura.
En días recientes he sido invitado a la presentación de los últimos libros de la Editorial Oriente, casa editora que acumula títulos imprescindibles para las letras y la sociedad cubanas en casi 55 años de labor, de puro crecimiento.
La promoción de la lectura es un arte difícil: supone una propensión a leer por parte de los públicos y el desarrollo de estrategias específicas cada vez. No basta divulgar (es decir, hacer común determinada información), sino que resulta necesario persuadir al potencial lector acerca de la necesidad y el privilegio de tener la obra de un autor, bien novel, bien consagrado.
Se gastan muchas balas de salva cuando no se tienen claras las vías. Los caminos decantados caen, la promoción requiere creatividad y carisma, no le va ninguna rutina. El universo de hoy es el de la comunicación, y quien no maneje sus principios y sutilezas, está expuesto a magros resultados.
Pues bien, en los adoquines de madera que han pisado tanta gente ilustre, me fui esa mañana con mi libro de cuentos Obstinado silencio. Surcamos la Isla y casi un millar de kilómetros. A mi lado, el narrador Alberto Guerra Naranjo y su volumen Miserias del reloj, el poeta y redactor Roberto Fournier, quien presentó un poemario ya antológico, A la sombra de los muchachos en flor, de Nelson Simón y Ñico Saquito. De guaracha en guaracha, una notable investigación de Zenovio Hernández Pavón y Alejandro Fernández Ávila, este último, nieto del autor de Cuidadito Compay Gallo.
En más de una ocasión he dicho que debería sustituirse el concepto de «presentación» por el de «celebración». Tal vez así habría menos formalidades y más iniciativas.
Un libro es una labor colectiva que incluye a muchos especialistas y no solo al autor, y en esas celebraciones, todos deberían estar. De las ideas iniciales de un escritor hasta que ese producto llamado libro se hace savia y carne del lector, se recorren muchos fulgores y no pocas angustias. Por eso la presentación de un libro, ha de ser una fiesta, hay que convertirla en tal.
Escuché tantas veces que mis crónicas parecían cuentos, que un día decidí arriesgarme en el camino de la ficción, y Obstinado silencio ha sido el resultado. Los torbellinos, las ambiciones y las libertades en 74 páginas. Es el momento de agradecer al editor José Raúl Fraguela Martínez y al diseñador Isaac L. Linares Guerra. Y con ellos, a todos los editores, diseñadores, ilustradores, correctores… de las casas editoriales cubanas.
Lo más hermoso de cualquier presentación es el contacto con el público, y ese sábado que les comento, fue nutrido y generoso. Reyna Gretchen Menéndez Rivas, directora de la Editorial Oriente, no ocultó su mirada de satisfacción cuando observó a personalidades, amigos, a público de aquí y de allá, reunidos bajo el influjo de los libros. Ella estuvo a mi lado cuando aquella dama me extendió amablemente su libro:
—Yo soy maestra, me dijo con orgullo.
—Mi madre también lo era, ¿sabe?, le respondí.
Y le estampé a seguidas, en la primera hoja, al lado de su nombre, la certeza que aprendí desde las primeras edades: no existe palabra tan honrosa como la de maestro. Al despedirme, tomé su mano entre las mías y sentí, en la Calle de Madera, la conexión más tierna de este mundo.