El semáforo cambió de luces, pero estoy atascada. Ya recorrí casi todo el contén de la acera situada en la Avenida 23, entre P y Malecón, y no apareció lo que tanto buscaba: una rampa que me permitiese acceder a la vereda. En este punto, mi silla de ruedas eléctrica no parece tan útil como antes. No hay más opción que esperar por la ayuda de alguien.
La Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad refiere que los limitados merecen oportunidad de paso, en igualdad de condiciones, a todos los espacios físicos, mediante la adaptación arquitectónica. Aunque el último censo realizado arrojó que solo un siete por ciento de la población está en ese grupo, es necesario que en nuestro paisaje citadino se hagan las modificaciones imprescindibles para lograrlo.
Jamás imaginé que el primer cobro de mi estipendio estudiantil resultara una odisea. Subí con la ayuda de mi madre y dos señores, pero el incidente no acabó ahí: la entrada de la institución bancaria tiene tres escalones estrechos. Sabemos que nuestros límites son mentales, pero, ¿qué hacer cuando se convierten en escaleras y muros?
En Cuba se implementan programas en aras de eliminar obstáculos a la autonomía personal; un ejemplo lo constituye Humanity & Inclusion (Humanidad e Inclusión), financiado por países euroasiáticos, vigente desde hace más de 20 años. Además, existen leyes como la Norma Cubana No. 53-199 sobre Eliminación de Barreras Arquitectónicas.
Pero estas barreras no solo afectan a personas impedidas, sino también a ancianos que padecen enfermedades como artrosis, que les dificultan el andar. La cifra de longevidad en el país tiende a aumentar un 25 por ciento, lo que nos hace la nación más envejecida de América Latina después de Uruguay, cuya tasa asciende al 105 por ciento, según la Asesoría General en Seguridad Social uruguaya.
La Ley 145/2022 Del Ordenamiento Territorial y Urbano y la Gestión del Suelo, publicada en la Gaceta Oficial de la República de Cuba, instituye en su capítulo tres, sección tercera, artículo 90, que se deben construir rampas para la libre circulación de cualquier persona y por un motivo de seguridad, es decir, que dichos aditamentos de acceso deben contemplarse en todo plan constructivo de forma obligatoria.
Si existen leyes, inversiones y noción acerca del asunto, ¿por qué no se ha logrado la eliminación de tales obstáculos en un país que promueve la inclusión? En otros establecimientos, dígase educacionales, recreativos y culturales, también encontramos dificultades de esta índole.
Por ejemplo, en el parque 13 de Marzo, ubicado en La Habana Vieja, frente al Museo de la Revolución, no existen añadiduras que faciliten el acceso a sus áreas, y lo mismo sucede con el Paseo del Prado; patrones elementales que, lamentablemente, se repiten.
La acera que tanto trabajo me costó alcanzar luce excelentes mosaicos con obras de famosos artistas cubanos, pero no posee aquello de lo que tanto hace honor su calificativo: La Rampa. Ironías. Más adelante, un cine también porta ese nombre. «Tarde de Viernes de terror», promociona su cartelera, y no puedo evitar sonreír y pensar en la posible alegoría.
Resulta apremiante que las autoridades tomen cartas en la cuestión, sobre todo el Instituto Nacional de Ordenamiento Territorial y Urbanismo que, a pesar de los planes implementados en años anteriores, aún no logra acabar con dichos impedimentos. Si el problema radica en la protección y conservación del patrimonio, se deben buscar, entonces, otras alternativas.
¿De qué sirven las espectaculares construcciones de la ciudad si no existen aditamentos que nos permitan acceder a ellas para disfrutarlas? Nuestra sociedad merece menos barreras arquitectónicas y más rampas de conciencia.