A Cuba, entre muchos otros, la asola «el mal de los primeros días». Este fenómeno se observa en diversos procesos, donde se presenta una mejora o cambio aparente, a menudo, tras la visita de algún directivo o al inicio de un proyecto. Sin embargo, la ilusión de progreso es momentánea; con el tiempo, el deterioro se manifiesta.
«Incrementar el confort de la instalación y la calidad de su gestión» fueron las directrices con las que reabrió la heladería Coppelia, el pasado febrero, según se explica en la nota del periódico Tribuna de La Habana con motivo del suceso. A solo semanas del evento, un grupo de jóvenes universitarios nos aventuramos dos jueves consecutivos, obviando las complicaciones del trasporte, a revivir las tertulias en la heladería. ¿Lo encontrado?, una realidad que, tristemente, no le es ajena al cubano: lo bueno dura poco.
Una de las trabajadoras del lugar comentó que, debido a las frecuentes quejas por parte de la población, el personal había sido capacitado, previo a la
reapertura, para la atención al cliente; lo que contrasta, por desgracia, con el pésimo trato con que nos atendió la camarera. Sin embargo, no nos alarmó excesivamente, porque como está la vida uno, dos, y hasta tres días malos los tiene cualquiera.
Otra de las novedades con que reabrió la instalación es su actual condición de unidad empresarial de base, categoría que, según los trabajadores, les permite realizar convenios con entidades no estatales e, incluso, el cobro de utilidades. No obstante, persisten las «bolas huecas», técnica que ha sobrevivido entre el cambiante personal de Coppelia, y que consiste en el arte de presentar una semiesfera con el solo revestimiento del producto. En el centro no hay helado.
«De reaperturas fallidas» parece ser un título inmutable en la historia moderna de la instalación. Es lamentable ver materializadas las especulaciones de algunos usuarios en las distintas plataformas digitales. En los días de reinauguración, asumieron que no se haría esperar el deterioro de la calidad luego de que la instalación dejase de ser el foco de la prensa y del público. En aquel entonces juzgué esos comentarios, porque a veces la gente no da espacio a la duda. ¿Cómo juzgarlos ahora?
Hace un tiempo la ensalada de helado costaba 45 pesos en moneda nacional. Ahora cuesta 155 y, aunque, ciertamente, los precios están muy por debajo de los particulares, también es una realidad que no todos pueden llevar a su familia a pasar una tarde en la heladería. Entre lo consumido y el transporte, la cifra ascendería a no menos de mil pesos, lo que equivaldría a casi la mitad del salario mínimo en Cuba.
Entonces, es necesario que se respete el tan sudado dinero de las personas. Se debe valorar, igualmente, el esfuerzo hecho por el Estado para poner los escasos productos, de cualquier naturaleza, a disposición de los ciudadanos. Ojalá el del jueves sea solo un mal turno y, en cuanto a malas prácticas, el Coppelia no esté de vuelta al ruedo.