El fango todavía es una huella visible en el norte del extremo oriental de Cuba. Ha dejado la marca indeleble e inequívoca de hasta donde copó la furia del desastre, las aguas endemoniadas y el dolor en los rostros humildes, dentro de esas casas que se sostienen entre montañas.
Cuando el mar se fusiona con furia tierra adentro, el fango huele a azufre, a un raro tufo putrefacto que genera durante mucho tiempo el pánico al gris de las nubes, a la lluvia constante que satura el suelo.
Lo vi retratado en las miradas de los colomeros cuando el huracán Ian casi sepulta, hace dos años, aquel poblado en la otra punta de la Isla. Y ahora lo he vuelto a recordar mientras las imágenes de San Antonio del Sur, Imías, Maisí o Baracoa se hacen recurrentes en plena resurrección por salvar cada átomo (material y espiritual) de esperanza, luego del tormento que provocó Oscar.
El agua desmedida, fuera del cauce, lo arrasa todo a su paso y penetra como un mar desenfrenado. Solo lo saben bien quienes lo sufren en carne propia, sin más instinto que el de la supervivencia. Las duras historias ante el huracán en Guantánamo están latentes, prestas a contarse muchas, espeluznantes, heroicas.
Pero en medio aún de ese caos que supone perderlo todo o casi todo, y de la recuperación, abrió paso en días recientes, otra marea con el tufo de la perversidad. Ya no llovía en San Antonio del Sur, mas un diluvio de noticias falsas cayó, en cuestión de minutos, sobre un pueblo que tiene muy cerca la agitación de aquella madrugada en que Oscar intentó inundar, también, los sueños.
El rumor de que «se habían roto las cortinas de la presa de San Antonio del Sur» se expandió en redes sociales, exacerbó el desorden y la lógica desesperación entre la gente. Muchos subieron a cuanto auto o camión pasaba, otros corrían huyendo: ancianos, niños, padres, sin mirar hacia atrás ni reparar en objetividades luego de la aventura «apocalíptica» que inventaron ciertos desalmados.
Es inhumano que mientras tantas personas todavía están quitando el fango del suelo y las paredes, mientras secan al sol, en la orilla de la acera, algún equipo humedecido y los vetustos colchones de espuma o guata, existan seres dispuestos a revivir el pánico de forma pasmosa. Sobre ellos, los indiferentes oportunistas, recaerá con justicia todo el peso de la ley, según se ha dicho.
Por fortuna, este caimán hecho isla se repone erguido ante cada golpe bajo, y se levanta con la capacidad tierna, pero endurecida, de esos que caminan, como la vice primera ministra Inés María Chapman, contrario a la mala intención de quienes buscan quebrantar los pasos de esperanza, que poco a poco renacen tras el desastre.