Caminando como puede, con los hijos que han decidido echar su suerte con ella, Cuba lo menos que necesita ahora son extremistas, de uno y otro lado, que consuman el tiempo enfrentándose y disputándose legitimidades que poco aportan en esta hora crucial.
La misma Cuba heroica que un día se mostró ante el mundo como opción segura, real y posible de una vida pensada entre muchos y para el bien común de todos, sufre hoy en gran medida las consecuencias de esa misma rebeldía de seis décadas.
Desafió la Isla al poder hegemónico y este, dueño aún del mundo, se ha encargado de cortarle alas para que su proyecto social deje de ser brújula y
aparezca un día muerto de muerte natural o súbita. Y que nadie sepa que murió por el veneno inoculado.
No la quieren viva, pero Cuba aún camina, aunque lo hace arrastrando varias crisis juntas, con demasiadas carencias y en el mismo saco carga pesimismo, dolor, patriotismo, resistencia y heroicidad.
Unos creen salvarla gritando palabras inyectadas de hormonas convertidas en etiquetas digitales. Otros aprovechan para salir del clóset ideológico y se suman a quienes hace tiempo vienen vendiéndonos la variante de abdicar. Desde afuera, aprovechan el contexto para incitar a rebeliones, que jamás hicieron viviendo aquí. Y otros, por encima de monólogos estériles y de convocatorias fratricidas, se enfocan en construir consensos con argumentos, pero
conscientes de lo difícil que es lograrlo sin soluciones reales.
La mayoría de los hijos de Cuba que la sostienen desde dentro sobreviven diariamente contando los quilos, alimentándose como pueden y no como deben. Con demasiadas limitaciones y vacíos.
Con menos tensiones materiales otros claudicaron en el mundo. Los hijos de Cuba no. Saben el precio de ese acto y dónde está la principal causa de los actuales agobios. Ante ese desafío estrangulador, se suben ellos mismos la varilla de la resistencia hasta niveles solo aptos para nacidos en esta tierra. Pero los hijos de Cuba, por muy heroicos que sean, son humanos. Obviar esa realidad en un escenario tan sensible sería injusto.
Juntemos fuerzas e ideas, en medio de probables y hasta necesarias diferencias, para pensar y gestionar soluciones que renueven el aliento y la confianza.
A este pueblo no hay que convencerlo de lo que está convencido. En tiempos duros sobran las justificaciones y los sermones. Los aplausos se reservan para las soluciones.
Podrá haber pesimistas, confundidos y rendidos, pero la mayoría aún sabe de qué lado está la razón y la dignidad.
Nada es más saludable y constructivo que la inteligencia colectiva. Sentémonos juntos, hombro con hombro, sin imponer jerarquías ni poder ni dogmas, para buscar salidas. A veces, hay que modificar estrategias para asegurar urgencias.
El escenario actual es desafiante y demanda de algunas respuestas concretas e inmediatas. Unos problemas podrían tener solución poco a poco, a más largo plazo, pero hay otros que no. Son para hoy, y a riesgo, pero los hijos de Cuba, los de adentro y los que afuera sufren por ella, merecen quitarse urgentemente angustias de encima que podrían, incluso, doblar sus piernas cuando más firmes han de estar.
Cuba es más que una isla larga y flaca que se ha dado el lujo durante más de seis décadas de caminar por sí misma en sentido contrario a un vecino que subyuga hasta en lejanos confines. Cuba es también de quienes en el mundo apuestan por un proyecto social humanista.
Y ese compromiso con la historia no puede dejarse morir. Salvándose Cuba se salvaría también el sueño de millones. Si dejamos de ser referentes, estaríamos dándole un tiro de gracia a la ya agonizante humanidad.