No me refiero aquí al célebre filme de 1991 dirigido por Jonathan Demme y protagonizado por Jodie Foster y Anthony Hopkins. Me refiero a todos los que, dotados de conciencia crítica, no sabemos cómo actuar ante el vertiginoso ascenso de la política de derecha, el agravamiento de la destrucción ambiental (incendios en todo Brasil y desertificación en la Amazonia y el Cerrado), el genocidio del pueblo palestino por el Gobierno de Israel, la connivencia de políticos electos por los votos de la izquierda con las fullerías de la derecha.
Movidos por un dogma político de carácter religioso —el determinismo histórico—, creímos que el futuro sería inexorablemente de la sociedad poscapitalista. La historia supuestamente estaba grávida de ese futuro, bastaría con que nosotros, los progresistas, hiciéramos el papel de parteros. Y, de repente, los hechos se abatieron sobre nuestras utopías: 70 años de socialismo en la Unión Soviética se evaporaron sin que se disparara un tiro; el Muro de Berlín precipitó el advenimiento del capitalismo en el este, que fue acogido como una buena nueva; Estados Unidos, como la Roma de los césares, pasaron a detentar la hegemonía ideológica y económica mundial.
¿Quién de la izquierda se dio cuenta de la gravedad de la cuestión climática? Fue necesario que Chico Mendes pagara con la vida, en 1988, su grito de alerta. Y no le prestamos oído cuando advirtió que «la ecología sin lucha de clases es jardinería». Tan colonizados estamos que nuestra inercia demuestra que, en realidad, también creemos que la protección ambiental perjudica nuestros proyectos desarrollistas. ¿Cómo dejar de explotar las reservas de petróleo?
¿Cómo evitar la construcción de hidroeléctricas, aunque signifique contaminación de las aguas y devastación de las aldeas indígenas? ¿Cómo no satisfacer las demandas de financiamiento y exoneración de impuestos del agronegocio, que garantiza la riqueza de nuestras exportaciones?
Hoy me pregunto si aún existe la izquierda. Según Norberto Bobbio, son de izquierda quienes se indignan con la desigualdad social y se empeñan en erradicarla. En Europa son raros, y quien más se destaca como un hombre de izquierda, ni europeo es, porque nació en Argentina: el papa Francisco. Como Juan el Bautista, una voz que clama en el desierto…
¿Dónde estaba la izquierda cuando, después de la desaparición del socialismo en el este europeo, Estados Unidos invadió Irak, Kuwait, Somalia, Bosnia, Sudán, Afganistán, Yugoslavia, Yemen, Kazajstán, Libia y Siria? Y ahora la Casa Blanca sostiene las guerras de Ucrania y de Israel contra el pueblo palestino.
Vale recordar que sucesivos gobiernos norteamericanos han intervenido abiertamente en al menos 81 elecciones —y en algunas de forma encubierta— de otras naciones entre 1946 y 2000.
Hoy la derecha posee un arma poderosa: las redes digitales. Controla los big techs, moviliza sus algoritmos y robots. Y descubrió cómo manipular multitudes en función del mercado y de sus propuestas políticas. Basta leer Las redes del caos: cómo las redes sociales reprogramaron
nuestra mente y nuestro mundo, de Max Fisher.
¿Cuál es el antídoto para ese inmenso poder que nos hace cambiar lo real por lo virtual? Todos los días perdemos horas colgados de nuestros celulares, viendo el mundo picoteado, realimentando nuestras burbujas, mirando por el ojo de las cerraduras electrónicas. Somos incapaces de levantarnos de la silla para participar en una reunión del movimiento social, una asamblea sindical, un evento partidista. Y dejamos que las calles las ocupe la derecha, porque hemos perdido la capacidad de movilización.
El fuego devora nuestros biomas, el aire contaminado invade nuestros pulmones, los políticos hacen promesas, y con nuestro silencio, la conmiseración nos hace pensar que somos inocentes corderos… (Tomado de Cubadebate)