Cada clic revela una capa de la realidad virtual que deja al descubierto la necesidad de comprender la tecnología y, con ella, las formas de comunicación que se erigen en sus entrañas. Descifrar intenciones por internet pareciera una tarea compleja.
El intrincado tejido de la comunicación moderna ha suscitado debates en los foros de internet. Entre numerosas ideas, se plantea que, sin un indicador explícito de la intención del autor, cualquier parodia corre el riesgo de ser tomada en serio y, viceversa, creando un terreno ambiguo para la comunicación.
Los emojis, esos pequeños símbolos que expresan emociones, han trascendido las barreras idiomáticas. Los memes, por su parte, son como viñetas culturales, humor gráfico que comenta la cotidianidad, la política o cualquier tema candente.
Aun así, el sarcasmo y el humor en línea son como un código secreto. Depende del contexto y del conocimiento compartido entre los usuarios para lograr distinguir si un asunto es serio o si resulta una broma. Hasta los más avezados internautas se pueden confundir ante ciertos desafíos a nuestras percepciones.
La flexibilidad comunicacional que aparentemente se ofrece tiene su oscuridad. Puede servir de nicho a los malentendidos o ser utilizada para difundir y manipular opiniones. La dificultad para discernir puede provocar que las narrativas falsas se propaguen con facilidad.
En procesos electorales, la desinformación tiene el poder de destruir los resultados, con lo cual pone en jaque la estabilidad política y la confianza en instituciones, cuestión que le confiere carácter crucial para la gobernanza global. Por otro lado, agrava la polarización social creando divisiones y dificultando la paz.
Algunos avances tecnológicos pueden facilitar la falta de información, hasta convertirla en un desafío transversal desde la política hasta la salud pública. Sin embargo, no se puede detener el progreso. ¿Se podrá detener la desinformación?
Mientras que el cambio climático es una amenaza existencial a largo plazo, la desinformación es vista como una crisis inmediata, y en este contexto, la denominada ley de Poe se convierte en la brújula principal para guiar la comprensión de este fenómeno, reflejo de la complejidad de la comunicación en internet.
Sostiene que es difícil o imposible distinguir entre una postura ideológica extrema y una parodia de esa postura. Esto resalta la importancia del contexto y cómo la falta de este puede llevar a malentendidos o interpretaciones erróneas. De ahí la necesidad del uso de emojis o especificidades para aclarar, al menos, el tono de la conversación.
Una vez comprendido lo anterior, la herramienta clave para combatir la desinformación (dado que no puede ser vencida mientras existan personas que se beneficien de la duda) es la educación mediática.
En un entorno donde los deepfakes engañan a nuestros ojos, la confianza es un lujo, y solo puede ser depositada en aquello que logremos verificar; proceso que debe ser enseñado en conjunto con un pensamiento crítico que desarrolle la capacidad del cuestionamiento sobre lo que consumimos.
Lo anterior es una advertencia clave para desconfiar eternamente, ya que en realidad no conocemos a nadie en internet, y nunca se tendrá seguridad absoluta acerca de lo que dice un usuario (por más que tenga una foto de perfil decente y parezca confiable). Aprender a leer entre líneas publicaciones sin suficiente contexto y abogar por que en cada nivel de enseñanza se instruya sobre ecosistemas mediáticos es la meta.