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Viran el contenedor y... ¿cómo enderezamos las almas?

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

Casi son las 11 de la noche camino a prisa y extenuado por una de las calles próximas a las arterias principales en la ciudad de Pinar del Río. De un lado de la acera, la luz incide fuerte, alumbra cada espacio. Del otro, está ausente. La oscuridad asoma así en los límites de uno de los circuitos o bloques de apagones del municipio cabecera.

Las circunstancias y dificultades que ya conocemos, hacen que la vida nocturna también se divida hoy por bloques u horarios, ya sea para adelantar en las faenas del hogar, o para algún disfrute, ahí donde la luz artificial lo permite.

A esa hora de la noche en Pinar del Río, donde hay corriente, los jóvenes se distraen solo en los contados espacios con música grabada. Lugares que, por cierto, tienen un elevado costo de entrada.

Sin embargo, en la cara oscura de la moneda, me llamó la atención mientras caminaba, un pequeño grupo de muchachos que parecían conversar lo típico de los adolescentes entre 15 y 16 años: tal vez sobre ciertas preferencias, el fútbol, o de reguetón.

Las suposiciones son muy efímeras cuando la realidad se pronuncia rápido, implacable, pensé unos segundos después de pasar por el lado de aquellos muchachos diversos en composición étnica, y escucharles en síntesis el tema de marras.

En realidad, hablaban bajo, como quien conspira a altas horas de la noche y no quiere perturbar el silencio reinante. Pero uno de ellos, con tono potente de liderazgo rompió el murmullo, y exclamó tajante: «Hay tremendo aburrimiento, por qué no vamos y volvemos a virar el contenedor de basura de la esquina».

La opacidad, al parecer, encendió la adrenalina de aquel adolescente que luego propagó a los demás, cual pólvora ardiendo esa noche. No sé con exactitud qué hicieron los cinco muchachos después de la arriesgada propuesta, pero al instante se levantaron y salieron…

Si peligrosa resulta la indisciplinada acción, más complicado aún es el hecho de volver a repetir la conducta. Quién sabe si la noche anterior esos mismos jóvenes habían volcado también en plena calle, con luz o sin ella, el tanque azul de basura.

Conocemos que el asunto no encierra solo a una edad en específico y que, incluso, viene a ser una indolencia social mayor que lamentablemente se generaliza y repite por diferentes causas en no pocos barrios, zonas o municipios. Existen los llamados en el argot popular «buzos», que luego de rebuscar en los tanques, algunos terminan virándolos completos en la calle. Sin dudas, es un problema grave que está vinculado, además, con la salud de las personas.

Pero en el caso de estos jóvenes, se lo plantearon para «matar el aburrimiento» en plena semana de receso docente. Una doble gravedad, en primer lugar porque constituye una indisciplina y, por otro lado, está la implicación social ante la ausencia de espacios o motivos donde los adolescentes encuentren cómo distraerse.

Las alarmas siguen sonando fuerte con este último tema, y los ecos no podrá llevárselos el viento. Ya no se ven, siquiera, los planes deportivos que, en décadas atrás, llegaban hasta nuestros barrios, ni las actividades culturales sanas que congregaban y mantenían reunidos a los muchachos. ¿Acaso será por falta de recursos?

Frente a la carencia de instalaciones para la recreación, por qué no pensar en llevar hasta las comunidades las acciones culturales. Cierto que no podemos generalizar y, de hecho, hay lugares en los que sí se realizan. Sin embargo, es indudable que tenemos grietas profundas y jóvenes que optan por «matar el aburrimiento» con la opción más indebida.

La mayoría son actividades que no requieren un despliegue económico excesivo, ni demandan movimientos complejos. Que los adolescentes piensen en otra recreación depende, además de la familia, de acciones concretas en el ámbito socio-cultural. Frente a la ausencia de recursos e instalaciones, que nos salve entonces los deseos y las ganas de revertir los panoramas oscuros. Porque virar los contenedores de basura no es una alternativa de recreación, sino un acto que evidencia otros males más allá del aburrimiento, desde la indisciplina hasta la falta de valores. Salvémonos acercándoles de una vez la cultura y las opciones a nuestros niños y adolescentes.

 

 

 

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