Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Ley pide letra

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Era un país en guerra. Era un país con movilizaciones armadas, sabotajes, de enfrentamientos con bandas en las zonas intrincadas. Era un país que, apenas un año antes, había estado al borde de la guerra, y no de cualquier guerra, sino una nuclear con Estados Unidos.

En medio de ese ambiente de tensiones se firmó la Segunda Ley de Reforma Agraria, un 3 de octubre de 1963. Es muy probable que hoy si se le preguntara a un grupo de personas por qué motivos se rubricó aquella legislación, muchos no sabrían responder.

La trascendencia de la primera, aprobada el 17 de mayo de 1959, y las reiteraciones de esa efeméride han opacado a la norma agraria del año 63, la cual dio continuidad y complementó a la primogénita; pero, también, constituyó una respuesta del país a su defensa.

Eliminado el latifundio en mayo de 1959, en Cuba todavía quedaba una burguesía rural, conformada por más de 10 000 personas, las cuales controlaban dos millones de hectáreas, el equivalente a 150 000 caballerías de tierra.

En lo político y lo afectivo, esa oligarquía miraba con recelo a las grandes familias y consorcios extranjeros, dueños de vastas extensiones de tierras. No eran iguales y podían ser desplazados por el poder económico y político que portaba esa gran burguesía latifundista.

Por eso, su eliminación en mayo de 1959 era un respiro. Sin embargo, ese mismo recelo también se dirigía, en algunos casos hasta con rabia patriarcal, hacia  ese campesino pobre, obrero rural de aparcería y piso de tierra, y que ahora se elevaba al rango de propietario con plenos derechos jurídicos sobre el surco que trabajaba.

El nuevo Gobierno respaldaba y representaba a esos «don nadies». Por lo tanto, era un enemigo a enfrentar y ahí hubo una de las razones del apoyo a las bandas armadas y de los obstáculos que pusieron para afectar los planes del Estado en materia de producción agrícola.

Para 1963 en el país se había verificado una especulación de alimentos, que incluía el sabotaje a través de la alteración ficticia de los precios en productos como la carne y la leche.

Una parte de los recursos obtenidos de esa especulación se destinaba a sustentar las bandas armadas que operaban en varias regiones de Cuba, no solamente en el Escambray.

La Segunda Ley, que llevó el límite de tenencia de tierras a cinco caballerías (67 hectáreas) vino a cercenar ese poderío burgués en el campo, que en una situación de agresión externa se podía convertir en un aliado de las tropas invasoras. Aunque, para ser más precisos, en la concreta ya lo eran.

Historiadores y economistas han observado los lados polémicos de esa legislación, sobre todo a la hora de aplicarse en medio de una situación límite.

No obstante, tanto en ella como en su antecesora, hay un espíritu y un propósito que debe permanecer en el tiempo y más en estos momentos. Nos referimos a la preservación del sector agrícola del país en todas sus dimensiones.

Este es un tema con demasiada tela por donde cortar, y que se pudiera sintetizar en cinco palabras: atender a las comunidades campesinas.

¿Están hoy bien atendidas? ¿En qué medida, a lo largo de estos años de crisis, nos hemos distanciado de ideas fundacionales de la Revolución?

De cierta forma, respetando distancias y matices, a la burguesía rural de aquel entonces se le ha aparecido un émulo para nada despreciable en la forma de burocracias que obstaculizan el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria del país.

De situaciones disímiles pueden hablar los propios campesinos con el anecdotario de impagos y precios altos de insumos o los laberintos de contrataciones.

Vivir y trabajar hoy en los campos cubanos es asistir a proezas diarias y hermosas, de inventar muchas veces de donde no hay, de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, apegados a su hogar y que desean aportar al país.

Ahí, en ese potencial, sigue vigente el espíritu de las dos leyes de Reforma Agraria, medidas fundacionales y que buscaban, y siguen buscando, la dignificación permanente del campesinado.

Pongámosle el oído, que allí palpita la tierra de Cuba. En ese sentido, aquellas legislaciones de gloria y dignidad siguen pidiendo letra.

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