Si una foto dice más que mil palabras, aquella debió estar aguantándose unos cuantos textos (literalmente). Había allí, bajo la vista de todos los que transitan esa esquina y al mismo nivel de sus zapatos, mucha historia acostada a la intemperie.
Justo en el punto donde se cruzan las calles Luis Estévez y D’Strampes, en el municipio capitalino de Diez de Octubre, estaban despilfarradas obras enteras, imágenes de ilustres, noticias de mayor o menor importancia y, también, en cada una de esas hojas estaba el desvelo de noches completas, la vida de una mujer que no conozco, el último invento chino y los procedimientos para resolver cualquier ecuación compleja.
Han pasado varios días desde que una amiga publicara en redes sociales la imprudencia, solo cometida por alguien a quien ciertamente lo mueve más la ignorancia que el buen tino y prefirió volcar a la basura, como desperdicios de comida o desechos de ropa insalvables, libros y revistas.
Curiosamente, por esa misma fecha se otorgaba por la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecarios y Bibliotecas el premio internacional a la mejor biblioteca pública nueva de 2023, recibido por el impecable y moderno edificio Gabriel García Márquez, ubicado en la ciudad española de Barcelona.
Mientras, en esta esquina de La Habana, que poco importa si es céntrica o no, hace rato dejamos atrás la primera vez que enfrente habitaban libros sin segundas oportunidades, sin la posibilidad de volver a una estantería, a la manos de otras personas, a las aulas o a una venta de garaje, pues muchos ejemplares habían sido botados como único destino final.
Ni siquiera, y vuelvo a la publicación que me llevó a estas líneas, ese alguien pensó en dejarlos de forma organizada en la acera. Porque la intemperie los acaba con tan solo una lluvia fuerte. Pero no: la apatía es siempre inmunda y, hasta cierto punto, destructiva.
Si bien las tecnologías buscan desplazar la lectura hacia el mundo de las pantallas, la sensación de tener un libro continúa entre las mejores. En donde, por más fantasioso que parezca, el olor de sus páginas insiste en devolvernos a alguna etapa específica o ambientar la historia sobre el deseo de nuestra imaginación.
Como presas cautivas del hollín, del lente de una cámara y simulando una sociedad que no concibo, las historias están al borde del camino; esperando por algún transeúnte arriesgado que ponga sus manos en el desorden a causa de un librero que se ha ido de viaje.