Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Parece otro país?

Autor:

Rosmery Pineda Mirabal

Es Cuba. Sí, es mi Habana. La misma de las fotos en la revista con sus colores perfectos, la de los souvenirs y la que ubicaron hace no muchos años, entre las ciudades maravillas del mundo moderno. Es también Holguín, Santiago y Bayamo porque aunque a pocos —o a muchos— les parezca otro sitio, sigue siendo Cuba.

En los cotilleos cotidianos, el de los amigos y hasta el mío, he escuchado hablar del contraste brusco entre la suciedad y la belleza que resalta, sin escrúpulos y feroz, a la vista en algún viaje por este Archipiélago. Acaso, pregunto, ¿nos acostumbramos a pensar que Cuba es solo esplendorosa en el espacio idealizado de las postales carísimas y carismáticas que compran los visitantes extranjeros en el bulevar de Obispo?

Nacida aquí y criada en medio de gente, tan humana como real, comencé a conocer a mi país. Tal vez, ni eso. Pero al menos comencé a interesarme por conocerlo. Porque hasta el día de hoy, sigo creyendo en la famosa idea de descubrir mi tierra antes que otras latitudes del mundo.

No crean que por ello he dejado de interesarme por las majestuosas Cataratas del Niágara, por la iglesia de la Sagrada Familia o por los cielos enroscados que alguna vez dibujara Van Gogh. Sin embargo, quiero adentrarme a fondo en cada recoveco del caimán que duerme atento de San Antonio a Maisí.

Cuba no se resume al callejón que tengo de barrio, ni tampoco al click del vendedor azaroso, pero no se parece a ningún otro sitio. ¡Ténganlo claro! Y esa idea pudiese parecer superflua si la dice alguien a quien le falta mucho camino por andar y recorrer como a mí. No obstante, hay cosas que no cambian, y esta es una de ellas.

Aquel comentario insoportable y reiterativo de un hombre vislumbrado ante la magia de lo nuestro, me llevó a estas líneas: «Parece otro país». ¿Por qué debiera parecer otro lugar? ¿Cuándo nos privaron de la verdadera belleza latinoamericana? No creo que Cristóbal Colón se haya equivocado tanto. Esta Isla, aún gastada por sus maltiempos, tiene el poder de deslumbrarnos como si llegáramos a ella por primera vez.

Poco a poco, la pulcritud en las calles se ha vuelto característica de las «mejores zonas» y cada rincón se destiñe tal vez por la despreocupación, el desamparo o el trabajo a medias de algunos y hasta el robo. La magia de otros años no es la de ahora. Pero no creo que la solución sea sustituir el Capitolio por las pirámides de Egipto, y mucho menos pienso en la necesidad de soltar esa frase, que a «quemarropas», aún arde.

Por eso, la elegancia del Morro que se busca constante en el Malecón habanero no puede ser un ápice de imaginación para llevarnos a otro lugar. No hay otro lugar así. Mientras unos vienen a conocerlo como si bastara para hablar de Cuba, recuerden que siempre habrá quienes regresen porque no pueden vivir sin su horizonte.

Y ahí, justo cuando la mirada es el lente ideal para convencernos de lo que tenemos enfrente, existe la duda de saber qué habrá más allá del mar. Apenas se disfruta lo bueno, lo natural, lo nuestro. Sin embargo, se añora tanto cuando estamos fuera de «casa» porque no creo que exista algún parecido. Es Cuba.

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