No sé si el excelso Adalberto Álvarez, que en gloria siempre esté, hubiera compuesto hoy aquel son, cuyo contagioso estribillo hizo bailar a Cuba entera hasta convertirse en un clásico: «Quiero ir a Bayamo de noche, a pasear por el parque en un coche».
Sucede que, a la vuelta de los años, los precios del pasaje del referido coche crecieron exponencialmente (de 50 centavos a diez pesos o mucho más) y, como si fuera poco, la ciudad se vio ampliamente inundada de cativanas —vehículos de tracción animal que tienen forma rectangular y usan bancos laterales—, y de —lo que es peor— violaciones de diversa índole.
No hace mucho, durante una misma mañana, presencié dos hechos muy alejados de aquel número alegre del Caballero del Son. El primero ocurrió en una intersección célebre por su tránsito, en la que un caballo, conducido por otro «caballo», estuvo a punto de atropellar a un ciclista y a una mujer embarazada que viajaba en la parrilla.
El segundo tuvo lugar en una esquina «temible», donde cierta bestia se llevó el Pare y obligó a un motorista a maniobras de película, que por poco lo llevan a chocar contra el conductor de una motorina.
Para colmo, en ambos casos los infractores prácticamente se comieron con gestos y palabras a sus víctimas cuando estas les reclamaron. El primero, incluso, llegó a vociferar: «Bah, túuu, lo que tienes que hacer es apurarte y dejarte de tanta comedera…».
Por más que se ha escrito sobre el tema en este mismo periódico y en reuniones diversas (estaremos a punto ya de efectuar el 1er. Congreso de cuadrúpedos y bípedos desbocados) las infracciones continúan a diestra y siniestra sin que aparezcan remedios paliativos.
Recuerdo que hace 27 años el colega Ibrahín Sánchez publicó en el periódico La Demajagua, de Granma, un comentario titulado: «¡Cuidado, coche a la vista!», en el que escribía sobre los temores que infundían ciertos manejadores de corceles, capaces de concretar torpezas más graves que las de los mismos animales.
Desde entonces los vehículos de tracción animal se han multiplicado, y no solo en la Ciudad Monumento. De modo que han aumentado los sucesos narrados en estas líneas, pero también otras prácticas que manchan nuestra cotidianidad: las competencias por llegar primero al punto de recogida, la no utilización del doble saco para colectar los desechos, conducir sin la documentación requerida, arrojar estiércol a la vía, el uso de calles no autorizadas para la circulación, andar sin el rótulo de identificación, maltrato animal, etcétera.
A esas y otras contravenciones se refirió nuestro periódico en un extenso reportaje de dos páginas («¿Se desbocan los caballos?»), publicado en febrero de 2018. Luego se generaron análisis y debates, y hasta hubo anuncios de medidas, no solo para minimizar las violaciones, sino también para poner en alto el símbolo del coche, los cocheros y a los multiplicados conductores de cativanas.
Sin embargo, esas acciones parecieron quedar en el tintero y ahora mismo el comentarista duda de que sus argumentaciones conduzcan a una transformación definitiva. ¿La vida seguirá igual, como ha sucedido con otros temas?
Sabemos que hay cocheros ejemplares, a la usanza de aquellos que inspiraron el citado tema de Adalberto, magistralmente cantado por «Tiburón» Morales. Pero si la contravención, el desbocamiento y los precios siguen creciendo, tendríamos que cambiar la letra del son y comenzarnos a cuestionar si realmente valdría ver de día o de noche, en Bayamo, a una cativana o un coche (valga la rima). Apostemos, con acciones enérgicas, a que los pasajes contados en la canción retornen a nuestra realidad.