«Soy una sobreviviente», me dijo Mayra mientras tocaba su seno izquierdo. Luego de 12 años de operada y aun cuando ha tenido un inmenso apoyo familiar, reconoce que es muy complejo aceptarse así. Atrás quedaron los tiempos en los que perdía el cabello, pero de todos modos, «sigues sintiendo que eres una mujer a medias físicamente, y a la vez una mujer más fuerte que antes desde el punto de vista emocional. Soy una sobreviviente en todos los sentidos y tengo la fuerza para serlo a diario, quizá porque es lo que aprendemos las mujeres desde siempre».
Pienso en esas palabras de Mayra con frecuencia, y sobre todo hoy, cuando una fecha marca en el almanaque una celebración que tiene sus antecedentes en las luchas de las mujeres en Europa a comienzos del siglo XX por obtener el derecho al voto, mejores condiciones de trabajo y la igualdad entre los sexos. Hoy, cuando las mujeres en países árabes carecen de muchas posibilidades para hacerse sentir y en naciones africanas pierden hasta ciertas oportunidades de placer. Hoy, cuando a no pocas se les condena en sus propios hogares a la vejación y cuando en muchos casos apenas tienen tiempo para mirarse al espejo porque cargan en sus hombros las responsabilidades de todos.
Sobrevivientes son también todas ellas. Incluso aquellas que sienten las miradas hirientes de quienes caminan a su lado y las juzgan por tener una orientación sexual «diferente» y otras, como la señora que arregla zapatos a dos cuadras de mi casa, que aun recibe comentarios ofensivos por «dedicarme a un trabajo que es de hombres».
Lo son las que lidian todos los días con las tareas de su puesto laboral y las que, en rol de cuidadoras de familiares ancianos o enfermos, anhelan bocanadas de aire fresco. Sobreviven a diario aquellas que eligen divorciarse en sociedades que las discriminarán luego por ello, las que viven en matrimonios arreglados y las que eligen callar para no ser «mal miradas».
Sobrevivientes fueron las tildadas de brujas y hechiceras en siglos pasados, las que hoy «luchan» por sacar a sus hijos adelante y las que, aun siendo catalogadas de valientes, lideran un país en medio de un mundo a veces tan hostil.
¿Y las que viven su soltería plenamente? ¿Qué sucede con quienes se casan felices y las que se sienten amadas? ¿Sobreviven también las que se sienten a gusto con su vida y no han sufrido maltratos, carencias o marginalidades? También sobreviven. A sus soledades, al precio —bastante elevado— de sus libertades, a las preguntas inquisitivas sobre la maternidad postergada, a las incomprensiones, a «lo que se espera de nosotras».
Si sobrevivir en contextos complejos es difícil para todos, siempre para una mujer es el doble la dificultad, por todo lo que se le agrega a lo ya padecido en su condición de género y por la esperanza exigente que se deposita en ellas.
Sin embargo, no cambio por nada del mundo el haber nacido mujer. Quizá porque vivo en un país donde muchas de las realidades mencionadas son totalmente ajenas y algunas que sí existen en nuestro entorno no me ha tocado vivirlas. Ni un minuto he pensado en no ser mujer, porque cada una de las vivencias que se tienen conlleva siempre un «plus» justamente por serlo.
Porque siento que soy más fuerte que lo que yo misma imagino en cada uno de los momentos en los que dudo de mi capacidad, por mí y por todas las que no pueden serlo. Y sobrevivo siempre, como todas, a lo Gloria Gaynor, porque desde dentro se encuentra lo que hace falta.