Triste es que la mortalidad infantil en el país ascendió a 7,6 por cada mil nacidos vivos el pasado año. Todos nos sabíamos orgullosos de que ese indicador se mantuviera por debajo de la cifra actual, muy por debajo. Quizá, sin imaginar a ciencia cierta todo lo que se debe hacer a diario para garantizarlo, pero lo teníamos como algo ya ganado, ya seguro, ya inquebrantable.
Sin embargo, y así lo explicó el Ministro de Salud Pública, el doctor José Angel Portal Miranda, en la recién celebrada Asamblea Nacional del Poder Popular, la pandemia impuso una situación epidemiológica que, aunque no impidió que se realizaran los protocolos habituales de la atención materno infantil en el país, sí incidió en su calidad.
A pesar de las advertencias y sugerencias para cuidar a los menores, las gestantes y las puérperas, no pocos se contagiaron de la COVID-19 y lamentablemente, algunos fallecieron. El programa de atención a estos grupos poblacionales se intensificó, pero aun así, no siempre se contó con los recursos necesarios, pues el bloqueo —y es una causa real— dificultó mucho el acceso a ventiladores pulmonares, oxímetros de pulso, termómetros digitales y otros insumos médicos en momentos cruciales de la pandemia.
Por suerte, nuestras vacunas estuvieron disponibles en corto tiempo y fueron prioridad estos grupos de la población, pero aun así, el golpe ha sido muy duro. No ha sido exclusivo de Cuba. A nivel global, todas las variantes del coronavirus han impactado en los sistemas de Salud y, por supuesto, se incrementaron los riesgos de muerte fetal y materna, pero, reitero, no nos acostumbramos a una tasa tan elevada.
Sucede que existen muchas causas que explican esa cifra. Como detalló Portal Miranda, influye el bajo peso al nacer de los recién nacidos, la prematuridad, el crecimiento intrauterino retardado y, obviamente, no siempre pueden evitarse desde el esquema de la atención médica establecido, porque a nivel social y familiar persisten otros factores.
Con las madres, y ello también es preocupante, se habla de la neumonía asociada a la COVID-19, los fenómenos embólicos, las hemorragias obstétricas y la enfermedad cerebrovascular hemorrágica por hipertensión arterial, como causas asociadas a sus muertes, todas vinculadas a riesgos que pueden ser modificables, y ahí encontramos una buena noticia.
Urge perfeccionar cada vez más esa atención que, a nivel primario del sistema de Salud, es vital. Antes del embarazo, incluso, se pueden controlar algunos riesgos, prevenir determinadas afecciones e instruir en torno a la necesidad de realizar ejercicios específicos y debidamente asesorados antes del parto; se recomienda mantener el trabajo multidisciplinario, y se deben capacitar sistemáticamente los médicos y enfermeros de los hospitales maternos… Siempre será necesario.
Recuerdo que, en una entrevista tiempo atrás, una de las ginecobstetras más reconocidas del país, enfatizaba en explicarme que hacer un parto no es fácil, que recibir un bebé no es cosa de pujar y coser, que cuidar la salud de un recién nacido es asunto serio, que engendrar era, de hecho, una inmensa responsabilidad.
Entonces, actuemos todos, desde el rol que nos corresponde, y hagámoslo bien. No es por lograr un número menor y extender titulares de primera plana… es que necesitamos ese número menor desde la esencia de un sistema de Salud Pública cada vez más fuerte, más humano, más garante de vida.