Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Bestias al anochecer

Autor:

Osviel Castro Medel

Fue un viaje nocturno con tantos sustos y «¡cuidado!» por una de nuestras carreteras no alisadas, que casi no me creí haber llegado al destino final.

Otros colegas, compañeros de aquella noche de miedos que se disponían a reportar una tradicional rememoración de diciembre, también sintieron el estómago en la garganta y prometieron contar periodísticamente sus peripecias.

No sé qué redactó cada uno, pero sí recuerdo que al llegar a casa escribí, con menos luz que un cocuyo, un comentario sobre aquellos que conducen a oscuras por la vía (no pocos), como si fuesen bestias de la noche.

Ese texto trataba de alertar sobre los daños sicológicos y materiales que originan esas prácticas suicidas, muy acentuadas en ciclistas, pero también en carretoneros y otros conductores de vehículos tirados por bueyes, caballos y no sé si hasta por chivos. Para ese entonces se explicaba que, tomando una muestra de 22 meses, se contabilizaban en el país 800 accidentes en los que tuvieron participación medios de tracción animal. Había números más escalofriantes: 45 personas perdieron la vida y 833 sufrieron heridas.

Alguien me escribió a la sazón para afirmar que «esto no es nuevo». Y narraba que en 1989 «perdí mi auto y casi la vida a causa de un bicicletero a oscuras. Para no provocarle la muerte, frené bruscamente y me impacté contra una rastra, con las consecuencias que usted podrá imaginar: pérdida de días de trabajo, rehabilitación prolongada y un automóvil que jamás pude recuperar».

Lo peor es que, a la vuelta de casi una década del cocuyo ausente, cuando se supone que deberíamos haber vencido ese problema, la falta de luz —no solo física— sigue provocando percances y tensiones en las carreteras.

Y aunque la Ley de Seguridad Vial, aprobada precisamente por aquellos tiempos, establece que esos «carros con respiración» no pueden transitar desde el anochecer hasta al amanecer, seguimos viendo animales que van a placer por ciudades y pueblos, por vías principales, secundarias y hasta preuniversitarias.

En épocas de pandemia, cuando en teoría la circulación debía ser menor, miré atónito por la mismísima Carretera Central a carretas, carretones, cativanas, bicicletas, yuntas de bueyes y otros con signo de Tauro o de Tarado. Un día, solo en el tramo granmense entre Las Tamaras y Cautillo Merendero, que no
llega a diez kilómetros, conté nueve sin luces y sin conciencia.

Ahora, en períodos de nueva normalidad, he encontrado más tránsito de estos «taxis» del peligro, los que solo desaparecerán si un día terminamos de aplicar definitivamente la ley y el orden.

Tengo la certeza de que son personas laboriosas que van a cortar yerba o a hacer otras diligencias «con la fresca», para evitar el sol inclemente, pero el hábito de ir con tranquilidad de aquí para allá, asustando a otros conductores, puede generar la percepción de que están por encima de legislaciones, de que no importa siquiera colocar un reflector o un viejo disco de computadora en la parte trasera.

Tal vez algunos de ellos desconozcan que ante esas violaciones los agentes de la autoridad actuante pueden disponer, como sanción accesoria, la retención temporal del vehículo y, en el caso de infracciones graves y reiteradas, el decomiso del vehículo y del animal de tiro.

Pero, aun sin que supieran eso, necesitamos aplicar los correctivos para apartarnos de la jungla en cualquier escenario. Que todo lo salvaje o lo semejante deje de estar en la vía y en la vida.

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