Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los algoritmos de la posverdad

Autor:

Enrique Ubieta Gómez

Un excelente y útil documental fue exhibido recientemente por la Televisión cubana. Se trata de La Dictadura del Algoritmo (2021), de Javier Gómez Sánchez, producido por RTV Comercial y el Ministerio de Cultura; un material audiovisual ágil, construido para un espectador inteligente capaz de dialogar, durante 51 minutos, con el saber colectivo de un grupo de especialistas cubanos, en su mayoría jóvenes, que desentraña el funcionamiento de las redes sociales en general, y de las redes sociales en «la batalla de Cuba» en particular. No es que «descubra» aspectos nunca antes revelados, es que la articulación de saberes y la eficaz edición de las reflexiones individuales, ofrece la mirada integral que necesitábamos. Sin didactismos, y sin eludir la autocrítica, el documental cumple a cabalidad su función didáctica. Porque la guerra que se nos hace, parafraseando a Martí, transita por las redes, y apela a las emociones (las más elementales); ganémosla pues a emociones (sin renunciar al pensamiento).

El control que ejercen las redes no está concebido para ningún país en particular, y sí para todos. Se produce en varios planos. El primero, lo propiciamos nosotros. Cada foto, cada amigo seleccionado o rechazado, cada «me gusta» contribuye a conformar nuestro perfil sicológico. El Gran Hermano no es necesariamente una persona que escucha nuestras conversaciones, o nos ve mediante cámaras ocultas, aunque esos viejos métodos sigan practicándose (recuérdese que la llamada Ley Patriótica, adoptada después del atentado a las Torres Gemelas en 2001, autorizaba al Gobierno estadounidense a utilizar esos recursos contra sus ciudadanos ante cualquier atisbo de sospecha, palabra sujeta a las más caprichosas interpretaciones); es una base de datos —programada desde una ideología con pretensiones hegemónicas―  que organiza la información de lo que somos y queremos, y la manipula mediante algoritmos.

Los otros planos tienen que ver con esa manipulación. Facebook nos envuelve en una burbuja de confort: los algoritmos manejan la información y nos acercan personas, eventos y declaraciones que coinciden con ella. Por muy banal o absurda que sea una opinión, hace que nos parezca universal. Si los amigos que nos han seleccionado —y no me refiero solo a los que aceptamos como tales, muchas veces sugeridos por la «máquina», sino a los pocos que en definitiva esos algoritmos permiten una interacción real con nosotros—, repiten una idea o afirman algo verosímil pero falso, lo certificamos como «verdad». La verdad, en los supuestos tiempos de la posverdad, no se mide por su coincidencia o fidelidad a los hechos que describe o nombra, sino por su efecto emocional, por la cantidad de veces que es repetida (Goebbels). Por eso, es muy común topar con personas muy aferradas a opiniones «propias» que fueron previamente sembradas en sus cabezas. Incluso, hay quienes se asientan en el pantano del cinismo: si se demuestra que, por ejemplo, nunca se produjo una aludida huelga de hambre, responden: «A mí no me importa que sea verdad o mentira». Los algoritmos son algas de río. Se enredan en tus pies y no te dejan nadar. Mientras más braceas, más te sujetan.

Algunos se ahogan, y creen (de verdad creen) que la Revolución Cubana tiene los días contados, o que la mayoría del pueblo ―no cuenta el 86 por ciento que certificó la Constitución socialista en voto secreto y directo― se opone a ella. Cualquier evidencia contraria es ignorada. Más aún, cualquier evidencia contraria es acallada, mediante artilugios tecnológicos o acciones represivas. Porque Facebook se parece a su amo: puede ser un espacio de seducción que nos mantenga «cómodos», «queridos», sin que sintamos la «necesidad» de pensar; o puede ser una maquinaria de terror, que nos haga caer al vacío de la incomodidad, si persistimos en seguir nuestro rumbo. La zanahoria y el garrote. El terror es virtual ―las ofensas son un recurso―, pero tiene consecuencias en la vida real: ya sea la pérdida de contratos para músicos o artistas escénicos, por ejemplo, o la siembra de una duda plausible que afecte el prestigio del emisor rebelde («el asesinato del carácter» puede basarse en hechos reales o ficticios, mas siempre deja la sombra de la duda), e incluso la agresión física en la calle, como recurso extremo. Puede provocar en un joven la sensación de aislamiento del grupo de amigos, lo que para él o ella es difícil de sobrellevar. Sin embargo, en realidad, como afirma Israel Rojas en una de las tomas del audiovisual, «te matan cuando te logran callar».

El documental presenta los testimonios de Israel Rojas y de Arnaldo Rodríguez, dos talentosos y populares músicos cubanos que sufrieron el ataque de las redes y no se callaron. Porque callarse es un primer paso que certifica la muerte del sujeto. Pero no lo «libera». El terror es carroñero: necesita que el vencido se pronuncie en sentido opuesto a sus convicciones. El documental nos invita a reflexionar, aunque también a actuar; a preservar nuestra identidad y a crear formas novedosas, capaces de tocar resortes emocionales y racionales en defensa de la verdad, la que coincide con los hechos. Lo recomiendo.

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