Yo también esperaba con impaciencia el anuncio del ingreso en la primera fase de la recuperación. Durante las interminables jornadas de reclusión forzosa, dispuse de tiempo para meditar. Me preguntaba si nos habíamos hundido en una pesadilla o si, por el contrario, la violenta sacudida producía un despertar del adormecimiento y un rescate de valores esenciales. La eficaz conducción de las políticas públicas centradas en la prioridad concedida a la preservación del ser humano, la fortaleza de un sistema de salud articulado desde la comunidad, y la participación del saber científico acumulado en la toma de decisiones nos han preservado de sufrir la pandemia en todo su horror. No hemos visto el derrumbe de los moribundos en las calles, el abandono de los pacientes por el colapso de los hospitales y por falta de recursos para acceder a la atención médica. Tampoco conocimos el desbordamiento de la capacidad de los cementerios. En suma, escapamos al espanto y a la sensación de desamparo.
Sin embargo, hemos percibido los efectos sicológicos del aislamiento, tanto por carencias afectivas como por esa necesidad, característica de la especie, de un intercambio vivo y plural. Recuerdo un lugar del Piamonte donde los hombres se reunían en un café para seguir en la televisión los partidos de fútbol. Todos disponían de equipos en sus hogares. Hubieran podido contemplar el espectáculo acomodados en un butacón con vestuario casero. Apremiados por el pequeño estratega sujeto con demandas participativas y protagónicas que todos llevamos dentro, preferían desplazarse para compartir opiniones apasionadas, sobre todo cuando se trataba de un desafío entre el Juventus y el Milán. Algo similar sucede con nuestras animadas peñas de la afición pelotera. Locuaz y callejero, el cubano tiene la capacidad poco frecuente en otros países de entablar diálogo fluido con desconocidos y comunicar su parecer sobre lo humano y lo divino. Solidario, también informa sobre la inminente llegada de la mercancía que todos esperan. Al iniciar la jornada laboral, indaga sobre el estado de salud de los familiares de los colegas más cercanos, comenta el último episodio de la telenovela y transmite las noticias más recientes, por no mencionar la pequeña y lamentable dosis de brete intercalado. Todavía no se ha generalizado la adicción esquizoide al móvil que induce a ignorar la presencia del amigo sentado en la cercanía.
El intercambio múltiple favorece la práctica del ejercicio del pensar. Años atrás, los campesinos del Escambray tuvieron la opción de decidir acerca de un cambio radical en sus estilos de vida. Se les ofrecía la posibilidad de incorporarse a pueblos de reciente construcción, dotados de todos los beneficios que ofrece la modernidad: servicios de agua corriente y electricidad, así como escuelas multigrado para sus hijos, lo cual significaba romper con el tradicional apego al terruño propio. En la zona, estudiantes universitarios recogían sus historias de vida. Los campesinos solicitaban su presencia para que el diálogo los «ayudara a pensar». En otro plano, lo saben bien los sicólogos, contribuye a la búsqueda de soluciones y al reconocimiento de la verdad. En todos los campos del saber, el debate en caliente revela la complejidad de la interrelación multicausal de los fenómenos, plantea nuevas interrogantes y, por ende, abre nuevas vías al conocimiento. En el intercambio se va entretejiendo la cultura, esa señal identitaria de nuestra especie. El teatro vive en el intercambio activo entre la escena y su público. La participación multitudinaria en los festivales de cine evidencia que siguen respondiendo a una necesidad profunda, del magnetismo que emana de la vivencia compartida. Algo similar sucede con los conciertos de Silvio en los barrios.
A pesar de todas estas consideraciones, la pandemia está ahí. Hemos logrado conjurar su expansión, pero formamos parte de un mundo interconectado. Es un mal invisible que se transmite por portadores asintomáticos. Hay que mantener las precauciones y encontrar el justo equilibrio entre las medidas sanitarias y las exigencias de la economía y de la subjetividad humana.
La pandemia ha descorrido el velo interpuesto sobre la realidad oculta de una humanidad enferma, situada al borde de un abismo sin regreso, enajenada por ilusorias promesas de felicidad, por la creencia en la universalidad de una errónea visión de la modernidad sustentada en la acumulación de bienes perecederos. Bajo el dominio del capital financiero, los medios de comunicación masiva y buena parte de las redes sociales modelan conciencias y fabrican demandas fútiles con olvido del fundamental derecho a la vida. Algunos pretenden salvar la economía. En verdad, procuran el rescate de las empresas con sacrificio de derechos sindicales conquistados en lucha secular y entrega del dinero de los contribuyentes al salvataje de las compañías en quiebra. Pocos se plantean la restauración de políticas públicas para garantizar el acceso a la salud y a la educación. Pero, en medio del caos reinante, una voz humana se dejó escuchar. Fue su último aliento mientras le ahogaba la rodilla del policía clavada en el cuello. Fue un disparo solitario de enorme resonancia, porque encarnaba la voz de muchos otros, aparentemente silenciosos. La llaga purulenta del racismo seguía estando ahí como subsisten los prejuicios que se levantan en su condición de muros insalvables entre los hombres. Por otra parte, mientras las llamas devoran aceleradamente la Amazonia, es hora de refundación y recomienzo. Es hora también de encontrar, en la voz humana, la palabra congregante.