Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Historias «escabullías»

Autor:

Nelson Rodríguez Roque

La conversación  con aquel jóven tuvo lugar mientras se transmitía, en un televisor de la cafetería, la escena del ahorcamiento y linchamiento del filme El hombre de Maisinicú (1973). Es el largometraje en el que Sergio Corrieri actúa como aquel administrador de una finca en el Escambray, cuya osadía permitió desactivar a más de una banda de alzados a comienzos de la Revolución y que fue asesinado por quienes asolaron el país entre 1959 y 1965.

Aquello me motivó a rescribir acerca del enfrentamiento al bandidaje en Cuba, el cual abordé hace unos tres años. Pensé que corría el riesgo de repetirme, pero en esas historias hay mucho todavía «escabullío», como reflexionaría Mongo Castillo (u Osvaldo Doimeadiós).

Sin temor a tremendismos: espero cada episodio de la segunda temporada de lucha contra bandidos, La otra guerra, con las mismas motivaciones con que llevaba mi memoria USB al cuello e iba a grabar del «paquete», los lunes, la saga de Juego de Tronos. Lo último que me sobrecogió fue el ametrallamiento infligido a los niños de Bolondrón (en Matanzas), que en la serie dirigida por Roly Peña y Miguel Sosa ejecuta un grupo de cobardes, encabezados por «El Isleño».

La orden de tirar bajito, porque la gente dentro del bohío estaba tendida, todavía, luego de varios días, retumba en mis oídos. Pero quienes concibieron y cristalizaron este material televisivo, aunque se tomaron licencias en el producto final (como en cualquier dramatizado), habían declarado que los crímenes fueron tal y como se reflejan los sábados por Cubavisión.

El ensañamiento contra aquella familia matancera me confirmó lo que reseñé en 2017: «En nuestro pueblo está la representación —muy real, por cierto— de lo cobardes que eran los bandidos, especialistas en matar a maestros, brigadistas y niños, incendiar bohíos, ahorcar a indefensos, violar a mujeres y quemar cañaverales».

LCB: la otra guerra, El hombre de Maisinicú, o Polo viejo bajo mi piel (2008) —donde se rescata la defensa por escasos revolucionarios de un caserío en el centro de la Isla—, no me cansaré de recomendarlos como material auxiliar en el estudio de la asignatura Historia de Cuba, cuya épica en los libros, posterior a 1959, casi queda reducida a la victoria de Playa Girón y a las epopeyas solidarias en África. Situando a ese período en inferioridad en cuanto a atractivo, ante otros provistos de hechos de gran carga intrépida, como las invasiones a Occidente de Maceo y Gómez, y del Che y Camilo.

Gustavo Castellón «El Caballo de Mayaguara», personaje que Fernando Hechevarría viene interpretando en el rol de «El Gallo» desde la primera temporada, puso a correr al bandidaje por el lomerío de la antigua Las Villas, con su «olfato» para sacarlo hasta de las más recónditas cuevas, y eso sería fatal que nunca formara parte de los conocimientos de quienes nos consideramos cubanos.

Esa etapa de la patria ganaría en atractivo para los estudiantes, si adentramos a estos en las peripecias del ocurrente Guayacol (Carlos Gonzalvo), los interrogatorios de Tabaquito (Leandro Cáceres) o las aspiraciones de toda naturaleza del gordo Yeyo (Rolando Rodríguez). Hay que humanizar las clases, pues esos hombres y mujeres leían cartas de sus madres en las literas, formaban parejas (incluso siendo de distintos orígenes sociales) y se quejaban de las noches en vela o la ración de comida (jamás ha sido sabrosa, ni abundante, en ninguna guerra). La segunda temporada de la serie en cuestión rompe con la creencia de que únicamente en el Escambray hicieron estragos los alzados, sus acólitos y sus padrinos del norte.

Y amén de su despliegue estético (a mi juicio bastante bien librado), LCB —así se llamaba la sección de Lucha Contra Bandidos, creada por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque en julio de 1962—, en sus dos grupos de capítulos despierta, indirectamente, las ganas de aclarar quién fue el que apareció colgado de un árbol y tres años después, por razones de lógico proceder, recibió honores correspondientes a un militar caído en pleno combate.

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