El viejo La Rosa detuvo un arpegio entre sus dedos, hizo señas a su nieto para que descansara el cornopiano en sus rodillas y nos dijo despacio, abriendo bien los ojos, como quien revela un gran secreto: «Si tienes varias guitarras afinadas del mismo modo y las colocas una al lado de la otra, bastará con pulsar una cuerda de cualquiera de ellas para que el resto vibre también. Esa es de las mejores cosas que se aprenden cuando uno estudia la música como materia de la naturaleza».
Hizo una pausa para saborear nuestra atención y terminó la metáfora que amasaba desde que había interpretado, minutos antes, una pieza de José María Vitier, reclamada con mimos por el reducido auditorio cienfueguero: «Con los tecleros pasa lo mismo, ¿saben? La vida nos afinó parejo. Basta que alguien hable o suspire para que los demás sintamos su alegría o su dolor, y resonemos con idéntica fuerza».
Ese ha sido, a mi juicio, uno de los más lindos intentos por definir a esta cofradía de almas ocurrentes que desde 2001 llena de mensajes las bandejas de Juventud Rebelde y revolotea por cualquier territorio al menor indicio de celebración.
Lo que empezó por unas líneas de Guillermo Cabrera con sabor a tinta joven, llegó a pulsar 18 peñas a lo largo del país (algunas provincias tuvieron más de dos). Cierto que muchas empezaron con fuerza y luego desistieron de reunirse (de hecho Guantánamo y la Isla de la Juventud nunca lograron concretar espacios, aun queriéndolo), pero en todos los municipios laten decenas de «cómplices», cuerdas sensibles que conectan con el redactor de la columna y la alimentan a través de las redes.
Como el duende mayor lleva más de una década contando estrellas de cerquita, su discípulo pinareño es un papá consagrado y el Chocoduende creció de los números a la narración deportiva, muchos buenos deseos vibran para ellos desde todo el país y apuran a mis dedos para hacer pública una felicitación por el cercano aniversario de las tertulias fundacionales.
También hay pensamientos resonantes para el Moro matancero, el Charro tunero y el guaracabullense Pedrito Osés, a quienes les debe llegar cada jueves un sonido mágico cuando se pulsa en Juventud Rebelde la sinfonía de la amistad para sintetizar ternuras y chispazos.
Pido permiso para recordar también a quienes se apartaron un buen día de nuestro convite, sin promesa de volver ni certeza de no hacerlo, y de paso extiendo un guiño-regaño a quienes se empeñan en dar sustos y amenazan con adelantar pasaje en el tren de la eternidad, para luego resultar que era solo un Hasta ahorita, Ven a verme, Espero llamadas y otros cifrados parecidos… (Sí, Cary, es contigo, y con La Toyo espirituana, la Rizo santaclareña, el etéreo Yuniesky y los holguineros Yolanda Sandunga y el Cañón, rara vez conocido por Iván).
En lo personal, me alegra compartir el título de Pegagorra inveterada con Julia y Nieves, y el de Oreja-Conseja con Mignelys y Nancy… Pero me guardo para mí solita el invicto de asistencia a la cita gigante de Guaracabulla y no pienso perderlo este año, así que, ¡prepárate, Tomás, que voy por tu caldosa en julio!, y ya saben que donde una mente teclera pone el ojo, el resto pone su andanada de jolgorio y pasión.