Para las naciones que se construyen a contrapelo de la herencia colonial y neocolonial, con el añadido de las formas contemporáneas del poder hegemónico, la reafirmación de la propia identidad constituye un factor determinante de supervivencia y crecimiento.
Sus raíces son múltiples. Algunas, frágiles y delicadas, se extienden por la superficie del suelo. Otras se hunden en lo profundo de la tierra. Son cimientos que soportan los más intensos vendavales. En la interacción de sus componentes, hechos de vida y memoria, se va edificando una narrativa que se traduce en términos de cultura, base de la unidad que opera sin desmedro de la diversidad de creencias, orígenes y territorios en los que nos asentamos.
La lengua que hablamos, por encima de las distintas cadencias típicas de cada región, en el extenso y variado universo hispánico, se define por los rasgos de la norma culta hablada en Cuba. Es el idioma oficial del país, ratificado así por la Constitución recién aprobada. En su defensa se impone emprender las regulaciones jurídicas para su uso en los espacios públicos y en los medios de comunicación. Se trata, en suma, de establecer las políticas lingüísticas de obligatorio cumplimiento. Es un trabajo serio que demanda la contribución efectiva de especialistas en la materia, aunque no puede seguirse postergando, puesto que la contaminación y el disparate nos rodean y nos invaden en acelerada corrosión del buen decir y de la comunicación adecuada.
Pululan en nuestras calles agresivos carteles, muchos de manufactura primitiva y otros anuncios, más ostentosos por los lumínicos, que agreden la visualidad, la ortografía y el idioma oficial.
La calle es de todos. Ha de estar presidida por el respeto mutuo, la adecuada convivencia y la defensa de la cultura. Por lo demás, poco podrá hacer nuestro sistema de educación cuando la mala ortografía y la redacción infeliz quedan grabadas de manera indeleble en la memoria a través de una imagen gráfica. La pobreza del lenguaje en los planos del léxico y la sintaxis interfiere gravemente con la eficiencia en la comunicación de mensajes que, por su importancia, tienen que captar el interés de amplias audiencias.
En la última etapa de la República neocolonial, la creciente penetración del imperialismo norteamericano se manifestó en la contaminación del idioma en el entorno mercantil. Nuestras tradicionales bodegas, administradas por gallegos acriollados, intentaron adquirir un matiz más aristocrático y empezaron a denominarse grocery.
Las farmacias, llamadas entonces boticas, se estaban convirtiendo en drugstore. La red de la cadena Woolwoorth era conocida como Tencent, y en plural, tencenes. Los artículos costumbristas de la prensa señalaron críticamente la invasión progresiva del fenómeno, al punto que se consideró la posibilidad de legislar al respecto. Ha llegado la hora de hacerlo.
Ciertas creencias utilitarias subestiman el estudio de la literatura. En ella, a través de los siglos de nuestra brevísima historia, se ha venido forjando la imagen de nuestra identidad. Así lo comprendieron los maestros que, desde su modesto trabajo cotidiano, construyeron focos de resistencia ante la opresión colonial. Desde el aula, nos enseñaron, ellos también, a pensar en cubano e incluyeron textos de nuestros autores en los manuales de lectura que llenan nuestras horas de estudio hasta quedar grabados para siempre en nuestra memoria, todavía virgen en esas primeras edades.
Si me preguntaran por los pilares básicos de la formación humana, me atrevería a afirmar que se encuentran en la literatura, la historia y las matemáticas. Todos ellos constituyen vías del pensar y el sentir que nos acompañarán a lo largo de toda la existencia.
La literatura amplía el dominio de la lengua, favorece la lectura de los matices de la realidad, despierta la mirada hacia la naturaleza y agudiza la comprensión de la complejidad del mundo que nos habita, revela la belleza y la resonancia melódica en el concatenarse de las palabras. La historia renueva y construye el relato del origen de lo que somos. La matemática ejercita el razonamiento lógico, inseparable de la necesaria problematización de la realidad en lo tangible e inmediato y en la formulación de las leyes del universo infinito que rodea nuestro minúsculo planeta. Esta tríada de saberes nutre la imaginación, sustento de la creación científica y de la innovación tecnológica.
Abocados a la depredación irreversible del planeta, a la manipulación sofisticada de las conciencias, el desarrollo humano en su dimensión espiritual es vía y objetivo final del socialismo.