Un timbre suena sin parar en medio del silencio temprano de la mañana, en la pantalla vemos el letrero «Maluma», superpuesto a imágenes de muchachas semidesnudas (todas bellas, todas delgadas, blancas, la mayoría rubias). La cámara hace un paneo sobre los traseros femeninos, sin reparar mucho en los rostros de ellas, hasta detenerse en un cabello rubio que una mano tatuada aparta: aparece el rostro del «macho».
La escena, perteneciente al video oficial del éxito de Maluma, Mala mía, prosigue cuando el protagonista mira con cara de indiferencia, como si estar rodeado de chicas lindas fuese para él algo monótono, normal. Se levanta, las echa a un lado, y sale casi desnudo hacia la puerta, donde lo espera su equipo de producción. El siguiente diálogo se da en idioma inglés, en un video cuya letra es en español y que narra además la vida de un «artista» hispanohablante, Juan Luis Londoño Arias, alias Maluma.
—¡Oh, lo siento! —Maluma esconde sus partes sexuales detrás de su pijama.
La productora mira, pone cara de disfrute y sonríe.
—No te disculpes, pero ¿sabías que el equipo lleva esperando por ti dos horas?, hoy grabamos tu programa de televisión —dice la empleada. A continuación entra todo el personal de producción y comienza a narrar la dolce vita de Maluma, mientras el cantante repite (ya en español) «siempre he sido así, todos ustedes lo sabían».
Está descrito, en la literatura médica, que la baja autoestima, producto de situaciones de exclusión, suele expresarse mediante mecanismos compensatorios que muestren lo contrario (superioridad).
La cultura de la marginalidad va unida a la sublimación mediante la violencia y el machismo, expresiones que tienen sus fetiches en el sexo como mercancía.
El profesor y antropólogo Octavio Giraldo, de la Universidad de Cali, Colombia, publicó un estudio acerca del tema en las sociedades modernas titulado El machismo como fenómeno sicocultural. Allí describe la actitud violenta contra la mujer como una práctica social aprendida de patrones sicológicos hereditarios frutos de la crianza, de manera que se reproduce un círculo vicioso entre sicología y contexto cultural.
Los dos rasgos que definen al «macho» según esta mala práctica son: su heterosexualidad y su agresividad. Lo primero se tiene que mostrar mediante el alarde del tamaño del miembro fálico y del número de conquistas femeninas, pues mientras más amantes se posean mejor. Giraldo abunda que la otra cualidad, lo agresivo, se debe mostrar mediante la disposición a la pelea y la fuerza física en todo momento.
Además, esas cualidades del «macho» se nutren, según el mismo estudio, del sentimiento de inferioridad, al comparar las ambiciones con la realidad. El machismo, descrito como complejo sicosocial, es, sencillamente, la afirmación de la individualidad de uno a costa de los demás. Se trata de una reacción excluyente ante una cultura global y hegemónica excluyente.
El pobre, el desclasado, en lugar de su conciencia de clase, asume las aspiraciones materiales de la clase opresora y, al hacer suyas esas ideas, se frustra y se torna más hostil. El «macho» que se enriquece (puede ser Pablo Escobar o Maluma) dispone entonces de las cámaras, las portadas de las revistas y los paparazis para mostrarse agresivo y heterosexual.
En los últimos años, varios mecanismos de la industria cultural, entre ellos el reguetón, el narcotráfico y el fútbol, han impulsado de la pobreza a la opulencia a no pocos, reverdeciendo las diferencias entre aspiraciones y realidad en la masa, así como el sentimiento de inferioridad sublimado mediante los modelos mediáticos.
Para el cantante colombiano, un «macho» con todos los ingredientes, el límite es el cielo, tal y como lo declaró ante una cadena española hace poco. Eso se dio a raíz de la campaña Mejor solas que con Maluma, lanzada por hombres y mujeres de todo el mundo debido a las letras de sus canciones. Se llegaron a recoger firmas en la plataforma Change.org para sacar de You Tube el video de 4Babys.
La conductora del programa español que entrevistaba a Maluma dijo, a propósito, que hasta se sonrojaba con solo leer esos «versos» en cámara. El cantante se defendió con el pretexto de que «eso es lo que la gente quiere oír» y la periodista hizo mutis.
Sobre la escasa creatividad del artista no se atreven a hablar tampoco los críticos, pagados por esas cadenas y por tanto fieles y sumisos, esos mismos que colocaron al autor como el más «influyente» en América Latina en la actualidad.
Maluma, ante las observaciones, solo acusa a los demás de envidiosos, o los invita a meterse en sus vidas y dejarlo vivir la suya. Ello como si su posición de figura pública no implicara un compromiso con la ideología y los valores de esos jóvenes que lo escuchan, los cuales se creen el cuento (algunos de ellos sí) de que Maluma es el más influyente ahora mismo en Latinoamérica.
Tras recibir su premio Grammy, el cantante declaró en Instagram que se retiraba por el momento para «alimentar el espíritu, hacer yoga y orar». Numerosos foristas se pronunciaron, no pocas mujeres lamentaban la desaparición del cantante.
Según el estudio del profesor colombiano Giraldo, el «macho» a la vez que se da a la caza de otras hembras, asume una violenta defensa de las hembras de su familia, que estarían «indefensas» ante otros hombres.
Con todos los ingredientes, solo nos queda dudar de la autoestima de Maluma.