No estaba preparada para la noticia. Pensé que no sería ahora. Pensé que no sería nunca. Porque con Fidel —por su historia, por el sentido de su vida, por lo que hizo en pos de la humanidad— me ha sucedido que no entendía condiciones inexorables como la de envejecer o tener límites físicos. A mis seres queridos preguntaba, sobre todo en los últimos tiempos, por qué el Comandante en Jefe, batallador invicto, no podía escapar del natural desgaste, de las fuerzas gravitatorias, del tiempo universal coordinado. Con Fidel me ha pasado que me negué a entender las leyes físicas.
Quienes nos acostumbramos a vivir en su compañía solíamos decir ante cualquier contingencia: «Él está ahí; él sabrá qué hacer...».Pero leyes son leyes, y hasta Él, en su última comparecencia durante el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 2016, habló de que pronto sería ya como todos los demás, de que a todos nos llegará nuestro turno.
Las palabras que pronunció entonces a continuación, son la clave de su inmensidad como revolucionario: «(…) pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos. A nuestros hermanos de América Latina y del mundo debemos trasmitirles que el pueblo cubano vencerá».
Ya habiendo habitado en la conmoción, en el dolor, en el desvelo de la madrugada, en la certeza de lo inevitable, reparo en que, aun cuando madre natura nos recuerde la finitud, hay una dimensión, la de las ideas, que puede obrar el escape del tiempo: Reparo en que Fidel no se fue a ningún lugar lejano: su presencia se multiplica; Fidel no se ha convertido en poesía: ya lo era...
Ahora hay que dar más, obrar apegados a su pensamiento de gigante. Son tantas las lecciones que nos deja para saber vivir...: que se puede luchar y vencer; que es mejor no tener miedo; que es bello ser consecuentes hasta el final; que la lucha es hasta el último aliento; que todo ser humano tiene sus reservas de vergüenza; que aun cuando la entrega se tropiece a menudo con la ingratitud probable de los hombres, no debemos perder la fe en el mejoramiento humano.
En medio de la meditación y el dolor, de una sensación de desamparo que solo podrá mitigarse con esfuerzo propio, con un batallar por ser cada día mejores, me da por pensar que, si existe algo más allá de nuestra existencia en este mundo, Fidel podrá rencontrarse con muchos seres amados, con tantos compañeros de lucha. Tal vez tenga una conversación, desde lo eterno, con su hermano el Che, con quien tantas veces había dialogado en sueños.
Fidel está en todas partes, allí donde se batalle por la dignidad y la felicidad. Es lo que ha dicho un forista en estas horas de estremecimiento: «No se ha ido, fue un momentico hasta Birán, Santiago de Cuba, África, América Latina. Está junto a todos los pobres de la tierra, está representando no solo a la Revolución Cubana, sino a los millones de niños que sufren en el mundo y ninguno es cubano. Lo vi varias veces, en Playita de Cajobabo, cuando inició el plan del médico de la familia en Guantánamo, al partir a Venezuela en misión internacionalista; aún guardo la cámara fotográfica (Zenit) que nos regaló en Guantánamo, para ver los amaneceres y tenerlos guardados, cuando nos dijo: no quiero morriña, ya que éramos unos jóvenes recién graduados y conocía que podíamos extrañar a la familia. Tuve ocasión de estrecharle la mano. Fidel, gracias por existir, cuando regreses, de cualquier lugar, seguiré escuchando tus consejos, tus reflexiones, tu sabiduría, y me sentaré a tu lado para seguir aprendiendo».