Herederos de anteriores generaciones de cubanos, dadas a asumir y conquistar retos, los jóvenes reunidos en el Movimiento Cubano de Excursionismo y los grupos que lo constituyen se han propuesto vencer las mayores elevaciones de cada provincia.
Ya la quinta acampada de dicho Movimiento propició poner a los pies de 110 excursionistas la mayor elevación de Artemisa, el Pan de Guajaibón.
Luego de participar en la bicicletada a Girón, que en dos esforzados días de pedal los llevó desde La Habana hasta las arenas de la histórica playa a principios de abril, un nuevo reto se alzaba a la vista de los excursionistas para el mismo mes: conquistar en solo un fin de semana las mayores alturas de las provincias de Mayabaque y Matanzas. La loma de El Palenque, a 358 metros de altura sobre el nivel del mar, y el Pan de Matanzas, que se alza sobre los 381 metros, eran los dos objetivos. La cercanía de ambos —con una presa intermediando— propiciaba lograr las dos metas, pero a su vez un serio escollo se interponía a ello. Para quien solo pretende ascender a la cima del Pan de Matanzas, una carretera le facilita la conquista. Pero quien intenta llegar desde la presa Caunavaca, tendrá que tropezar con una imponente ladera del Pan, donde una franja de farallones será el principal obstáculo.
Con total claridad de tan serio obstáculo, en la tarde-noche del viernes 22 de abril, 90 excursionistas partieron desde La Habana en dirección al valle de Picadura. Mezclados en el camión que los conducía, estudiantes de la Cujae y de la Universidad de La Habana, jóvenes de los centros de Inmunología Molecular y de Ingeniería Genética y Biotecnología, además de los grupos de excursionismo Mal Nombre y Camping Cuba, hacían crecer sus expectativas sobre la inminente excursión.
Al descender junto a una vaquería del plan ganadero Picadura, emprendieron un camino entre dos firmes y luego ascendieron entre el monte nocturno, hasta un valle de altura ensanchado a los pies de la loma El Palenque. Con una descarga a guitarra se selló la noche de los «guerrilleros».
En la mañana del sábado, luego de un oportuno desayuno, los 90 excursionistas escalaron un monte de diente de perro y espinas, para llegar a la máxima altura de Mayabeque. Al borde de un imponente farallón vinieron los abrazos y las fotos de aquel enjambre de jóvenes entremezclados con los árboles de la cima de la loma.
Parte de la mañana les llevó descender El Palenque, pasar al valle de Santa Elena y comenzar a bordear la presa Caunavaca. En la tarde acamparon a orillas de la presa y seis de ellos se fueron de exploración por la abrupta ladera del Pan de Matanzas. Orientados por una brújula, fueron ascendiendo entre el espeso monte cargado de espinas y de la insufrible hormiga santanilla, hasta llegar al pie de la imponente faralla. Tras explorar a izquierda y a derecha, hallaron un recio acceso, que permitía vencer la altura de los farallones, y más arriba encontraron un semiperdido camino que los llevó hasta el firme del Pan. Unos cien metros hacia la izquierda y ya estaban sobre la mayor altura de la provincia yumurina.
Apurados por la cercanía de la noche, lograron desandar el trecho vencido y llegar aún con claridad al campamento a orillas de la presa. En medio de la repartición de unos riquísimos espaguetis, llegó el excursionista 91, al que responsabilidades docentes le impidieron salir el día anterior. Esa noche se armó una breve rueda de casino facilitada por una música grabada, pero la guitarra calló, pues el sueño llegó más temprano debido al cansancio de la jornada. De madrugada las santanillas hicieron lo suyo entre los acampados.
Al amanecer del domingo, los 91 guerrilleros recogieron el campamento y partieron monte adentro en ascenso. En más de una ocasión tuvieron dudas de la ruta que debían seguir, pero siempre supieron reorientarse hasta dar con el farallón, justo en el lugar del acceso hallado la tarde anterior. Con precauciones, sobre todo con los cinco niños de la tropa, fue vencido el complicado paso, seguido el trillo que llevaba al firme y recorrido el trecho final hasta pararse sobre los 381 metros de altura desde donde se pueden apreciar en toda su magnitud el valle de Yumurí, la ciudad de Matanzas, su bahía y más allá incluso hasta la península de Hicacos, con el inmenso mar de fondo hacia el norte.
Llegó la alegría por la conquista y las fotos de grupo, con una hermosa bandera cubana ondeando en lo alto. Luego vino una repartición equitativa de trozos de turrón de maní y galletas con dulce de guayaba y mayonesa, que constituyó el mejor almuerzo que se podían dar en aquellas condiciones, facilitado en las gargantas por unos tibios buches de agua.
Con la tarde llegó el inclinadísimo descenso por la carretera, la caminata bajo el cruento sol y la llegada al poblado de Corral Nuevo. Allí apaciguaron la sed y el hambre con cuanta cosa vendían en el pueblo. Luego vino el camión y el regreso, alegrado por las felicitaciones a dos cumpleañeros.
Terminaba así la sexta acampada del Movimiento Cubano de Excursionismo, que propició poner a los pies de los jóvenes excursionistas los «techos» de Mayabeque y de Matanzas. Para la séptima acampada, en el segundo semestre del año, vendrán nuevos retos. Tal vez otra cima provincial ceda ante el empuje de los «guerrilleros».