En búsqueda de modos de emplear el tiempo libre, regalarse una recreación sana y creativa, navegar ríos, descender saltos y recorrer montañas, puede significar la oportunidad ideal. Así decidieron en estas vacaciones más de cien excursionistas de siete grupos pertenecientes al Movimiento Cubano de Excursionismo, constituido hace dos años en la Universidad de La Habana.
Los cuatro grandes sistemas montañosos del país recibieron la visita de estos amantes de la naturaleza, que provienen de la Cujae, la Universidad, el Polo Científico y otras instituciones en las que los jóvenes tienen un alto protagonismo. Los picos Turquino, La Bayamesa y Caracas, la ruta de Martí desde Playitas de Cajobabo hasta Dos Ríos, la Comandancia del Che en La Mesa, el salto de El Nicho en el Escambray y Jardín de Aspiro en la Sierra del Rosario, fueron algunos de los lugares visitados.
El grupo Mal Nombre, referente de este movimiento en sus casi 28 años de vida explorando Cuba, asumió dos grandes retos en su excursión veraniega. Los «malnombristas» nos propusimos primeramente atravesar parte del sistema montañoso Nipe-Sagua-Baracoa, justo desde la desembocadura del río Nibujón hasta el mayor afluente del Toa, el Jaguaní, en un periplo prácticamente inédito para un grupo de estas características.
Después, navegaríamos los ríos Jaguaní y Toa, para luego enfrentar el segundo gran reto: conquistar Salto Fino, el mayor del Caribe insular, tanto en su altura como en su base, y descender los 20 saltos del arroyo del Infierno, desde la base del Fino hasta el río Quibiján.
Treinta y cinco «malnombristas» llegamos una tarde de finales de julio a Boca del Nibujón, con otros tres excursionistas del grupo Cero Fallos de Moa. El ascenso del bello Nibujón, con sus piedras, pocetas y cascadas, nos llevó bastante humedad a nuestros cuerpos y ropas.
Así, una tarde ascendimos a pulso una ladera, que nos colocó sobre la meseta de Airán, tras despedir a los tres moenses. Luego buscamos un arroyo que nos llevara al Jaguaní, lo que puso a prueba la orientación del grupo, pues un error nos podría conducir al río Naranjo, lo cual sería un desastre para la excursión.
Con brújula, mapa y machete, bordeamos la meseta de Iberia y, al quinto día de monte, tuvimos la mayor dicha de la «guerrilla»: llegar a las transparentes aguas del Jaguaní.
El baño y la acampada en el lugar fueron el mejor regalo luego de tanto empeño. Navegar durante dos días en balsas por los ríos Jaguaní y Toa requirió bastante esfuerzo, pues los rápidos no tenían la fuerza de otras veces, dada la notable sequía que también padece la zona más lluviosa de Cuba. Y llegó el reto final: Salto Fino.
Unas de las zonas más inhóspitas de Cuba, por sus empinadas laderas, humedad constante y vegetación espinosa, protege el mayor salto de agua cubano de las visitas a su entorno. Con una caída de agua de unos 300 metros de altura, llegar hasta su cumbre es una odisea como conquistar su base.
Luego de subir una empinadísima ladera, logramos encaramarnos en el firme de la derecha del arroyo del Infierno y comenzamos a recorrerlo siguiendo las marcas dejadas por unos amigos lugareños en mayo pasado.
Así nos encimamos a la meseta donde se vierte el arroyo y empezamos entonces un faldeo de equilibristas, por cañones escarpados y laderas escabrosas. Nos deslizamos por una pendiente, sintiendo en nuestros cuerpos los pinchazos de las alargadas espinas de las pencas de la palma pajúa.
Al detenernos, nos recibió el arroyo del Infierno, justo a punto de saltar sus 300 metros. La conquista de Salto Fino arriba ya era una realidad. Luego de siete años, Mal Nombre volvía al enigmático lugar. Allí acampamos con la humedad exacerbada, regalándonos por comida un puré de papas apenas calentado, tras levantar una esforzada llama.
En la mañana siguiente, tomamos el camino de regreso hasta el firme, para luego seguir las marcas en los árboles en un faldeo de leyenda, en el que nuestros tobillos se sentían constantemente el peso de cuerpos y mochilas. El descanso en un cañón nos vino muy bien.
De inmediato seguimos el zigzag por las laderas hasta comenzar a escuchar el murmullo del arroyo del Infierno. Tal y como ocurrió en la altura del salto, para llegar hasta su base tuvimos que deslizarnos. La espléndida imagen de la cascada cayendo frente a la roca borró todo el esfuerzo para llegar hasta allí. Seis años habían pasado desde nuestra primera visita. Vinieron las fotos de grupo, y los tábanos también, como para recordarnos que no estábamos solos.
Quedaba entonces el reto final: descender los 20 saltos de arroyo del Infierno. Un malnombrista ducho en aventuras de escalamiento, puso sus equipamientos y conocimientos a disposición del grupo. Emilio Paumier, un entrañable amigo residente en el cercano poblado de Quibiján, puso sus habilidades en función de la tropa en una parte del trayecto. Así descendimos a rappel o en canoppy saltos de diez, 12 y 15 metros de altura.
En la noche acampamos en medio del cañón del arroyo.
Cuando el 6 de agosto el río Quibiján nos vio asomarnos a las 11 de la mañana por la boca del arroyo del Infierno, la tarea principal estaba concluida. Solo restaban a la excursión una visita a Baracoa y una caminata por los tibaracones del Duaba y el Toa, con el necesario homenaje a Maceo y sus compañeros de travesía en la goleta Honor.
Era el fin de la guerrilla de verano número 28 del grupo Mal Nombre. Quedaban atrás 16 días de empeños y manos entrelazadas. Subir lomas, descender ríos y conquistar saltos hermanó a mujeres, hombres y hasta a cinco niños, en otra gran aventura por la deslumbrante naturaleza de Cuba.