Si algo necesitan las sociedades para desbaratar molinos es el diálogo; vocablo amplísimo que implica, entre otras cosas, debate, discusión, horizontalidad, propuesta y escucha. Sin diálogo el pensamiento se estanca, se engarrota, se duerme.
No en balde un martiano hasta la médula como Armando Hart Dávalos ha propuesto un diálogo constante entre generaciones, como puente de ideas entre nuevos y viejos, para mover o mejorar la sociedad y preservar la doctrina virtuosa del Apóstol.
Y no por gusto, en otro contexto, ese genial educador llamado Paulo Freire (1921-1997), autor de Pedagogía del oprimido, defendió incansablemente el diálogo como antídoto contra el verticalismo, las imposiciones y los dogmatismos.
«El diálogo no impone, no manipula, no domestica, no esloganiza», sentenció este catedrático brasileño, cuya obra debería conocerse más por todo su aporte a un modelo de educación liberadora.
Tales disquisiciones encabezan estas líneas porque en estos tiempos he visto con agrado un amplio debate entre los jóvenes cubanos, generado a propuesta de la UJC, organización que no solo debe representar a sus militantes, sino a todos los pinos nuevos, como establece la Constitución cubana.
En esas discusiones, previas al Congreso de la Juventud —que tendrá lugar en julio próximo—, participaron cerca de 300 000 niños, adolescentes y jóvenes —miembros o no de la organización—, quienes hicieron aflorar problemas, cuestionamientos, sugerencias y compromisos. Su continuidad han sido las asambleas municipales de balance.
Se les ha llamado a esos debates «conexiones necesarias» y, según tengo entendido, perdurarán más allá del Congreso como vía para sondear los desvelos, preocupaciones y conceptos de ese conglomerado juvenil que el Che definió como «la arcilla fundamental de nuestra obra».
Para empezar, la idea parece excelente. Es un buen intento para propiciar el diálogo renovador y revolucionario que necesita esta época plagada de peligros, intentos subversivos y trampas nuevas.
Lo mejor que pudiera suceder es que se profundice hasta un punto en que nazcan aclaraciones, evidencias, soluciones definitivas y respuestas. Que no quede en letra muerta ni en propuesta coyuntural. Que nunca se coarte por el «síndrome de la equivocación», ese que consiste en decirle de manera aplastante a alguien que piensa diferente: «Tú estás muy equivocado».
Sin embargo, jugaríamos al papel de los incautos si creyéramos, con los ojos cerrados, que la proyección de pensamiento y acción de los más nuevos es igual en una «conexión» —espacio relativamente formal— que en uno informal, una descarga o la propia esquina de su cuadra.
Sería ideal que ese diálogo, amplio y abierto, sin actas de por medio, llegara también a tales escenarios en los que hay menos inhibición, más naturalidad y lisura. Y que ayude a abrir ojos y mentes de muchos cuya praxis radica en actitudes afines a la incultura.
No es lo mismo hablar en una conexión del famoso «paquete», los MP4 y otros aspectos de las nuevas tecnologías, que hacerlo en un clima más distendido.
En las conexiones necesarias se ha hablado de las complicaciones relativas al empleo, los salarios, la utilización del tiempo libre, las opciones recreativas, el desvío de recursos… Pero, de seguro, estos mismos temas emergen con hasta más detalles y matices, con mayor hondura, en contextos de familiaridad. Allí también se puede armar una conexión.