Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando la belleza se vuelve tragedia

Autor:

Julio César Hernández Perera

En los primeros días del mes de diciembre del 2012 conocimos que el Ministerio de Salud de la República Bolivariana de Venezuela prohibió el comercio y aplicación de los «célebres» rellenos en tratamientos con propósitos estéticos, tales como aumentar el tamaño de los senos y glúteos, reducir arrugas o levantar los pómulos de la cara.

Entre las sustancias empleadas con estos fines se destacan las siliconas y otros siloxanos, el ácido hialurónico, las acrilamidas, las poliacrilamidas y el polimetacrilato, entre otros muchos componentes difíciles de pronunciar.

La necesaria resolución, publicada el 7 de diciembre del 2012 en la Gaceta Oficial venezolana, surge ante una riada de denuncias por daños físicos irreversibles y muertes causadas por las prácticas llevadas a cabo de manera inescrupulosa en instituciones sanitarias y de estética, peluquerías, barberías, salones de belleza y de cosmetología, hoteles, gimnasios y centros de masajes y de adelgazamiento.

En diferentes allanamientos efectuados en algunos de estos lugares se pudieron encontrar, además, implantes mamarios que iban a ser reutilizados, y químicos de dudosa factura.

No es un hecho aislado que estos rellenos —carentes de registros médicos— son inyectados bajo la piel y están soportados por una falsa publicidad donde se declara la carencia de riesgos y efectos secundarios, que si son franceses o alemanes, que si están hechos de células madre o células vivas, o si son «constructógenos», etc. También el engaño se vale de la ingenuidad de quienes, deslumbrados por un cuerpo de Hollywood, topan con «doctores» capaces de ayudarlos a poseer tal silueta adulterada.

Tristemente, en algunos rincones de este mundo no todos los galenos son abanderados de una buena ética, y tras una bata sanitaria consiguen esconder su deslealtad a una profesión que debe ser asumida como cuestión de honor y no de mercado. Pueden presentarse personajes sin la más mínima formación académica, que se hacen llamar médicos esteticistas, cosmiatras o cosmetólogos.

La naturaleza del problema es más compleja. La constante búsqueda o aspiración de una buena imagen por parte del ser humano es una tendencia que no pertenece solo a esta época y no es reprochable. Lo criticable es la peligrosa imposición de un culto a la belleza y a la «eterna juventud», donde, a través de las celebridades del mundo de la farándula y la moda se fabrican cánones de quiméricas perfecciones físicas, a los que se puede aspirar por medio de la cirugía o las prácticas antes mencionadas.

El uso de las sustancias de relleno no es nuevo. En 1899 el cirujano austriaco Robert Gersuny inyectó vaselina para corregir la ausencia de testículo en un joven castrado por una epididimitis (inflamación del epidídimo, órgano situado en la parte superior del testículo) secundaria a una tuberculosis. El método nunca tuvo éxito.

Después aparecieron las famosas siliconas (polímeros derivados de la sílice) con densidades y dureza variables. Combinadas con otros elementos empezaron a usarse en los implantes y en la actualidad más de 20 millones de mujeres en el mundo las llevan en sus senos —inyectadas o en prótesis—, solo por el desacreditado deseo de alcanzar un patrón de belleza y no por la justificada necesidad de reconstrucción quirúrgica ante una enfermedad como el cáncer de mama.

Pero la historia es el mayor inquisidor. Ninguna de estas «técnicas mixtificadoras» son inocuas, y las complicaciones abundan, desde las afecciones locales como la inflamación, las cicatrices, la necrosis de la piel y las deformaciones imprevistas e impensables, hasta los daños sistémicos como los trastornos psicológicos, las infecciones graves, las enfermedades autoinmunes (esclerodermia, el lupus, la artritis reumatoide, etc.), los tumores malignos o la muerte.

Después de meditar sobre estos argumentos, podríamos plantearnos un axioma que sirve de alerta: la anhelada y ficticia belleza suele transformarse, no pocas veces, en perpetua tragedia. ¿Valdrá la pena cambiar la vida por un capricho que inútilmente pretende detener el paso del tiempo y sus huellas?

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