Aunque por el título usted crea que hablaré de la gustada película de animados que recrea esa era prehistórica, mis palabras van por estos días. Van por ese empecinamiento propio de combatir cuanto enfría las relaciones interpersonales directas, en esta época abarrotada de adelantos y atrasos. Una época en la que el hombre inventa los robots para luego inclinarse ante ellos.
La idea de aplastar la tecnología surgió ante la pantalla de una laptop. Era un 24 de diciembre como otros tantos que he pasado en familia. La ansiedad por compartir chistes acumulados, conversar sobre las noticias personales o integrarse al mínimo juego infantil desbordaba los ojos de todos.
Comimos apurados, deleitándonos con la ansiosa espera de los momentos tan deseados. Y llegó alguien con su genial idea. «¡Les voy a poner unos “videítos” para que se diviertan!». Todos encantados. Estupendas y asombrosas imágenes se apropiaron del entorno. Nos reímos. Descubrimos increíbles situaciones del mundo exterior.
Y el mundo nuestro quedó en las tinieblas. Esas familiares charlas que siempre nos habían convertido en «nosotros», se escondieron bajo la mesa para dejar triunfar a la aislada individualidad de cada uno, que contemplaba ensimismado la realidad traída por los videos.
De este modo la noche se hizo madrugada. Llegaron el cansancio y la despedida. Nos apartamos igual que antes. Mi primo no supo de mis experiencias en los estudios. Mi abuelo ignora que su nieto menor aprendió a leer. Todos atendimos como esclavos a la pantalla reina de la noche. Y la vida real quedó en planos secundarios.
Un concierto inigualable, la primera palabra del bebé, el viaje a la playa… en la inquieta agonía de guardar los momentos, algunos olvidan vivirlos. Es cierto que recordar es volver a vivir, ¿pero eso quiere decir que solo puedan sentirse los momentos por las fotos o los videos? De esa forma no se aprovechan al doble: se estropean al múltiple.
Un «teléfonomaniaco» con móvil en mano: si está con su novia, le marca al amigo lejano; si lo acompaña el socio, le dedica llamadas a su primo de Oriente. No sé qué hará el pobre cuando está con todos juntos. ¡Qué aburrimiento debe sentir!
Mis mejores amigos son informáticos y nunca me han perdonado estos razonamientos. Suelen reírse de mí cuando me hago la ermitaña y renuncio a las ventajas que también nos dan los avances tecnológicos.
El problema es que no me gusta exagerar. Me apego al razonamiento de Fernando Martínez Heredia en una de sus magistrales conferencias: que la tecnología sirva para acercar lo que tenemos lejos y no para alejar lo que tenemos cerca.
Resulta casi absurdo que dentro de la misma facultad de estudio, centro de trabajo o pueblo, las personas se comuniquen por vía electrónica debido a la poca voluntad de acudir al encuentro físico.
Aludiendo al dúo Buena Fe, «el sentimiento no se puede clonar». El agitado estilo de vida nos sumerge a la fuerza en la frialdad tecnológica. Si no hay otra vía, úsela. Pero si tiene la posibilidad, visite a sus amigos. No es igual leer «jajaja» que verlos sonreír.