La violencia contra las mujeres no es exclusiva de ningún sistema político o económico: se da en todas las sociedades, sin distinción de posición económica, raza o cultura.
La afirmación podría parecer radical o exagerada, sin embargo, en este caso la realidad se encarga de desmentir a quienes piensan que la violencia hacia las féminas únicamente ocurre en los sectores más desfavorecidos, y que solo las marcas físicas son evidencia de ella.
Justamente este domingo 25 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Fue establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999, en recordación a las hermanas Patria Mercedes, María Argentina Minerva y Antonia María Teresa Mirabal, destacadas activistas políticas dominicanas asesinadas en esta fecha, pero de 1960, por órdenes del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
La cultura patriarcal que se arraiga hoy en buena parte de la sociedad constituye una base sobre la que se establecen las más disímiles agresiones a la integridad personal de las féminas que, en no pocas ocasiones, llegan a ser admitidas por generaciones de hombres y mujeres como actitudes justificadas, legítimas o, peor aún, necesarias.
Y es en ese laberinto de conductas donde se refleja el maltrato hacia ellas, que va más allá del daño físico, con manifestaciones frecuentes en la violencia psicológica, las agresiones verbales, el desprecio, la indiferencia, el silencio y, por si fuera poco, se vive también en la pareja desde la violencia sexual al «chantaje» económico.
Se hace común el acoso psicológico mediante críticas, amenazas, injurias, que la cercan como persona y socavan su autoestima. Otra variante de la violencia emocional, muchas veces inadvertida en las relaciones familiares y de pareja, es la manipulación mental, donde se desconoce el valor de la víctima como ser humano en lo que concierne a su libertad y autonomía.
En este caso la mujer se ve limitada en su derecho a tomar las decisiones sobre su vida y, a menudo, cae en un juego «maquiavélico» donde se pone a relieve el chantaje afectivo, a partir de tácticas burdas que ocasionan culpa y vergüenza.
Las escenas son tan frecuentes y variadas como la vida misma. Disímiles momentos en los que la mujer sucumbe a las exigencias de la familia o el matrimonio, y aplaza sus proyectos de vida o deseos más personales, para ceder a las «peticiones» de los demás.
Otras formas de violencia psicológica son tan sutiles y elaboradas que se disimulan y ocultan entre las fibras del tejido social. Este es el caso de la moralización, una forma muy tenue de control, en la que la persona se cree dueña de la verdad absoluta y juzga a los demás con su escala.
También se expresa la violencia a través de la mala interpretación de los hechos, una situación en la que se califica a la compañera de manera crítica, sin dar espacio a la duda, o al análisis; algo muy ligado a la tergiversación y la interrogación indiscriminada por suposiciones.
Los psicólogos alertan sobre un mecanismo neurológico llamado habituación, mediante el cual el sistema nervioso deja de responder a un estímulo cuando se produce continuamente. Tal es el caso de la violencia conyugal, que tiene, además, un efecto de repetición en las generaciones siguientes. De hecho, se estima que el 95 por ciento de los agresores y agredidos provienen de hogares en que los padres vivían una relación de violencia intrafamiliar.
Según la Organización Mundial de la Salud, cada 18 segundos una mujer es maltratada en cualquier lugar del mundo, mientras cerca del 70 por ciento de los homicidios se asocian a problemas de género.
En Cuba estas realidades, si bien difieren de otras naciones, aún persisten en no pocos hogares. Hemos logrado que las mujeres ocupen puestos decisivos en el desarrollo económico, político y social del país. De acuerdo a los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, ellas constituyen el 60,1 por ciento de la actividad económica del país; el 62,8 por ciento de los graduados en educación superior; el 63 por ciento de los técnicos y profesionales; y más del 36 por ciento de los dirigentes; pero aún este fenómeno es vivenciado por un número de féminas.Por ello es imprescindible que se actúe frente a cualquier manifestación de agresión. Si como señalan los especialistas la violencia es aprendida, también puede ser una actitud modificable.
Quién podría pensar hoy la sociedad cubana sin el protagonismo de las mujeres. En la asimilación de esta manera de pensar y vivir está el presente y futuro de cientos de féminas que tienen, ahora más que nunca, el derecho a sentirse plenas, liberadas y felices.