Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El ciclo vital contra el aburrimiento

Autor:

Alina Perera Robbio

Hay quienes pierden el sueño por defender la belleza; no escatiman tiempo ni esfuerzos para presentar a los demás algo con qué aliviar el espíritu. Ellos son imprescindibles para los días que vive el país. Siento que así es porque —como pensara el insondable poeta y cubano José Lezama Lima luego de haberse nutrido de las sensibilidades más finas nacidas a lo largo de la humanidad— lo bello es lo justo; y porque, a tenor de esa hondísima definición, estamos sedientos de lo hermoso, de lo bien hecho, de aquello que parezca susurrar a nuestra autoestima: «Yo te respeto».

Uno de esos imprescindibles en la hora actual de la Isla se llama Alfonso Menéndez Balsa, director del Anfiteatro de La Habana perteneciente a la Oficina del Historiador, allí donde hace ya tiempo, de año en año, he disfrutado una suerte de ritual al aire libre que rinde honores a través de la danza, el canto y la narración, a lo armónico y lo colorido, a una expresión artística (el musical) que entre nosotros es cosa rara y que, floreciendo en la periferia de la ciudad, junto al mar, recuerda verdades tan antiguas como la especie humana.

Ahora mismo nadie piense que es pura inocencia infantil la puesta en escena (que durará hasta el próximo diciembre en el Anfiteatro de La Habana) de El rey león: como puede leerse en el catálogo alistado por el equipo que preparó para el teatro de piedras la versión de un filme bien conocido por nosotros, especialmente por los más jóvenes, «el argumento de El rey león utiliza ciertas historias del Antiguo Testamento, como las de Moisés y José, y al mismo tiempo es una versión del Hamlet de Shakespeare, con una trama similar».

El argumento está transido de viejos asuntos como la venganza, la ambición del poder, la traición, la batalla entre el bien y el mal, y el amor que finalmente salva y catapulta hacia transformaciones verdaderas. El tema de la muerte, delicadamente tratado, tampoco falta; y en todo está presente esa maravillosa sentencia de que la maldad escala al éxito allí donde la virtud se ha cruzado de brazos.

Lo que sucede en el Anfiteatro encierra un mundo de valores: esta puesta más reciente, cuyo diseño de vestuario nos deja boquiabiertos por su audacia, belleza y capacidad para sugerir, tiene de pórtico nueve meses de ensayos. Por eso cuando una banda de aves blancas cruza el escenario, o un ejército de animales diversos aparece para representarnos la pradera africana, es difícil imaginar que los protagonistas sean aficionados, adolescentes y jóvenes tomados por angustias y anhelos de estos tiempos nuestros, y que, sin embargo, se sumergen y purifican en la vorágine de una entrega que los eleva a la dimensión de creadores, allí donde lo pedestre, donde las pequeñas miserias no encuentran sentido ni resquicios.

Cuando suena el cañonazo para anunciar que en la ciudad son las nueve en punto de la noche, comienza una función que a los adultos cuesta cinco pesos en moneda nacional, y a los niños, tres. Es inevitable reparar en que, por ese precio, podamos entrar a una burbuja que parece flotar y levantarnos por encima de una ciudad que a veces duerme o se enquista en alguna de sus esquinas tan sedientas del buen arte, de la belleza que siempre es liberadora.

De la aventura de domingo, cuando fui testigo de una puesta de El rey león, guardo la imagen de una niña imitando la danza y las reverencias de los artistas. En esa estampa que se imponía desde los asientos de piedra, habita el triunfo de un elenco salvador, ese que no se cruza de brazos y copa otras dimensiones con una bondad que no se pliega ante la falta de virtud y el oscuro aburrimiento.

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