Cuando se hable del doctor Orfilio Peláez Molina, quien hoy cumpliría 88 años, la tenacidad no debe faltar, pues era su arma predilecta. Con ella derribó muros y logró, tras más de 40 años de estudio e investigación, crear una técnica quirúrgica para el tratamiento de la retinosis pigmentaria, dolencia que puede privarnos de ver el color y las formas de las cosas.
Cuentan donde nació, en Magarabomba, en el actual municipio camagüeyano de Céspedes, que Orfilio abrió los ojos al mundo en una guardarraya. Dicen que el cordón umbilical se lo cortó el cocinero de la finca donde vivían, ¡con unas tijeras de tusar caballos!
Orfilio aprendió con su padre que la palabra empeñada vale más que todo el dinero del mundo y esa máxima fue su guía durante el ejercicio de su carrera como oftalmólogo, profesor de varias generaciones de médicos, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular…
Su padre, como si predijera que en las manos de su retoño habitaba una suerte de abracadabra que conjuraba las tinieblas, perfiló exquisitamente su voluntad.
Sin que sus brazos fueran imprescindibles para la economía familiar, lo levantaba de madrugada para ordeñar vacas y tumbar caña. Así lo preparaba para la vida. Luego, debajo de un árbol, Orfilio tomaba sus clases con un maestro que lo enseñó a leer, escribir y también cultivó sentimientos de amor por la Patria.
De él, el doctor Marcelino Río Torres, actual director del Pando Ferrer, y quien lo conociera bien, dice que era «un hombre que desbordaba honradez y donde nunca hubo un atisbo de interés personal».
Sus compañeros del Centro Internacional de Retinosis Pigmentaria Camilo Cienfuegos, institución que se fundó en 1992 para extender sus conocimientos y hoy es centro referencial en la calidad de los servicios, lo han perpetuado como un símbolo de ética médica, donde la entrega sin límites es la piedra angular.
De los tres hijos del doctor Orfilio, dos siguieron su huella, aunque en diferentes disciplinas. El que lleva su nombre tomó el camino del periodismo, que es igualmente salvador. De su padre ponderan el respeto y el amor con que fueron tratados.
El colega Orfilio me regaló varias anécdotas de su padre y hay una que quiero compartir:
En el verano de 1970 estaban en el aeropuerto esperando al papá, que regresaba de una prolongada estancia en la extinta Unión Soviética. Niños al fin, sentian expectativa por lo que les pudiera traer, sobre todo en una época donde el viejo televisor de la casa se rompía constantemente. Lo vieron llegar con una inmensa caja, y enseguida creyeron que venía con un equipo nuevo.
Al abrir el bulto se sorprendieron: era una mesa para operar animales, donde luego invertiría largas horas de práctica de cirugía experimental, cuyos resultados aplicaría en sus investigaciones.
Paradójicamente, el 15 de enero de 2001, cuando en Cuba se celebra el Día de la Ciencia, un infarto cerebral tronchó su fértil vida, que se apagó definitivamente dos días después.
Su trajinar feliz por el jardín de la casa, de donde procedían las flores que cada mañana regalaba a su esposa Mariadela, es uno de los recuerdos más lindos dejados a la familia que fundó.
La luz que repartió a tantos ha hecho que se cumpla el vaticinio de Eusebio Leal, cuando el pueblo daba el último adiós a su querido médico: «Cuba no pierde a un hombre, gana un símbolo».