Hace unos días, el estruendo del derrumbe confirmó lo que se advertía a simple vista: la añeja instalación, cerrada desde hacía algún tiempo para ser reparada, se podría venir abajo en cualquier momento, como ocurrió al final de una tarde lluviosa.
La caída, por suerte, solo provocó el sobresalto en la cuadra y daños a una vivienda colindante. Al siguiente día, rápidamente, se demolió lo que había quedado en pie y retiraron los escombros del lugar.
El suceso ratificó algo trascendental que en ocasiones se pasa por alto: la importancia de mirar con agudeza la situación circundante.
Vale que haya transeúntes perspicaces, con ojos alertas y observadores sobre el camino que transitan. Algunos incluso ponen sobre aviso a las autoridades sobre inminentes peligros, aunque a veces no se les presta la atención que merece su reclamo.
¿Cuántas cosas se descubren a simple vista? Aleros de viviendas en pésimo estado, con tejas que convergen hacia las aceras y pueden caer en cualquier momento sobre el caminante, instalaciones que piden a gritos ser apuntaladas, bocas de tragantes del alcantarillado destilando hedor por falta de tapas…
En no pocos casos también nos topamos con situaciones que nada tienen que ver con escaseces materiales —circunstancia a tener presente en cualquier análisis serio sobre posible solución. Ahí está el ejemplo de esos regueros, abundantes, de trastes, arena y piedras pequeñas en azoteas o sobre placas, a los cuales una racha de viento puede convertir en proyectiles. O los materiales de construcción colocados innecesariamente sobre la vía que se cierra hasta sin los permisos correspondientes, basura tirada en los ríos, postes del tendido eléctrico inclinados sobre la calle…
Si cualquiera, a simple vista, descubre ese panorama, la pregunta se cae de la mata: ¿A quién le compete salirle al paso a estos desaguisados públicos?
Es cierto que en muchos casos los organismos y empresas responsables de actividades tan significativas en la organización y armonía de la sociedad, cargan de manera determinante con dar soluciones a estos y otros embrollos, evitando con acciones oportunas que se acumulen. Pero incompleto quedaría el trazo de esta ruta hacia la autosuperación si no se toma en cuenta otra dimensión del asunto, la de la participación de la gente en advertir, ayudar a mirar…
Comprendiéndolo así, las entidades más exitosas no serán quizá las que hayan de abatir más molinos de viento, sino aquellas que impidan con un trabajo más dinámico que los problemas se conviertan en bolas de nieve; y si lo hacen acercando a su quehacer la mirada ciudadana, mejor.
Se trata de informar y hacer públicos los retos, socializar el interés y desvelo consustanciales a la gestión pública, de modo que haya una permanente sensibilidad hacia cualquier esfera o actuación social, algo que no siempre se pone en práctica y que es preciso considerar, para no enajenarnos de una conexión necesaria, estimulante, movilizadora, que incentive el interés y no la apatía. Los recursos materiales no siempre están a la mano, pero el conocimiento sí.
Cualquier solución también abarcaría el desempeño personal y doméstico, pues la familia es la primera responsable en advertir que sus decisiones y actitudes pueden reforzar o socavar la convivencia y el respeto. Las sociedades precisan de leyes para ordenarse, pero ellas no niegan el sentido común.
Nada hace más daño a la credibilidad que un perenne absurdo a los ojos de todos. Es importante identificar un problema, pero también comprender si el razonamiento y los métodos para encararlos son los adecuados. Se trata de juntar más miradas inteligentes; y más que tapar un bache o coger un escape de agua, evitar que la indiferencia se apile como las moscas sobre los dulces.