¡Cómo desearía que estas líneas lograran llevar consigo la armonía de un guateque, con esa afinación y ese deleite con que la Reina indiscutible de la campiña cubana, nuestra Celina González, nos ha abrazado sonoramente durante mucho tiempo, poseída por un timbre autóctono que ha de recordarse siempre!
Guajiro al fin, hacía rato que venía meditando estas sentidas letras, en deuda de gratitud con esos ancestros campesinos que me rondan, y por esa disciplina casera que me inculcaron casi desde la cuna, y que me ha dejado la noble costumbre de compartir en las tardes de domingo la décima y el canto con que aún seduce a no pocos nacidos en el campo y la ciudad el programa musical televisivo con más años en el aire.
Para muchas familias de este archipiélago eminentemente rítmico y creativo, las cinco décadas a las que arribará en 2012 Palmas y cañas están acompañadas con la gracia nativa de un laúd, una guitarra, unas maracas, y los cientos de poetas y cantantes que con los dones preclaros de su entonación y su ingenio, han forjado la naturaleza auténtica de ese estelarísimo espacio.
Nombres como Coralia, Ramón, Justo Vega, Adolfo Alfonso y muchos otros que aunque no aparezcan escritos aquí también van incluidos, esparcieron junto a su talento cadencioso un germen precursor en la cultura de esta nación, que ha transitado, con mayores o menores aciertos, por el hacer de no pocas generaciones, y que todavía anda aupado en la preferencia de un público amante de la sana porfía, el dicharacho, la frase insinuadora y el verso inteligente y provocador.
Pero Palmas y cañas es también el guateque de Celina, la primorosa Celina, aquella mujer a la que, en suelo oriental, bien lejos de su natal caserío matancero, descubriera en la década del 40 del pasado siglo el inolvidable guarachero Ñico Saquito.
En los inicios junto a su esposo, el gran Reutilio, y más tarde en compañía casi permanente de su hijo, el músico Lázaro R. Domínguez, por el apego a lo suyo, esta emperatriz de la tonada guajira ha conocido el verdadero sentido de una popularidad bien ganada, que la ha hecho una leyenda sinfónicamente criolla en la historia de nuestro pentagrama nacional.
Celina es en sí misma un jolgorio viviente, presto a revelarse en la franqueza y la amenidad que desbordan sus notas y composiciones más sobresalientes.
¿Qué nativo de esta tierra insular no se ve tentado al estremecimiento de los afectos más hondos cuando escucha su voz haciéndonos saber que ella, con el fecundo acento de un patriotismo adorable, es el legítimo punto cubano?
Ah, ¡cuánto quisiera que estas letras portaran la vívida sensación de una canturía, junto al donaire picante de más de un poeta en plena controversia, con el timbre singular de Celina a la cabeza, y ese poder soberano que a ella le dio la sabana, para brindarle, como a la palma real, mi saludo!