Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El riesgo recurrente

Autor:

Luis Sexto

La realidad suele exhibir una cara: la más inmediata, que resulta, con perdón del señor Perogrullo, la más visible. Dicho esto, retomo el tema del pasado viernes 24 de junio cuando el comentarista reflexionaba sobre los riesgos presentes en las circunstancias de renovación de la sociedad cubana. Entre los inteligentes comentarios puestos debajo de la publicación digital de aquella nota, un lector  minimizaba los riesgos, porque hasta ahora solo se había concretado lo más simple de lo proyectado.

¿Podríamos, sin embargo, guiarnos solo por la faz visible de la realidad? A mi parecer, el haber comenzado por lo aparentemente menos complejo, no excluye hoy los riesgos para nuestro país. Preguntemos a cualquier caminante cómo le gustaría vivir, y nos sorprenderá que esta respuesta, un tanto grosera, pueda aparecer: como me dé la gana. Es decir, sin obligaciones, sin compromisos, sin respetos. Porque la vida social es una pejiguera, cuando se guardan formas y consideraciones. En realidad, así queríamos vivir cuando éramos adolescentes. La adolescencia es la más adulta de las edades.

De modo, pues, que en cada uno de nosotros, o en muchos de nosotros, pervive más o menos maniata-do un insubordinado, un anarquista extemporáneo que, como un virus oportunista, acecha un desconchado de la inmunidad social para adueñarse del parque. La naturaleza humana —y vuelvo a lo trillado— es lo suficientemente dúctil como para erguirse o para doblarse. Y por tanto uno de los riesgos reside en que asumamos las cosas por vías opuestas.

Digamos, por ejemplo, que consideremos unánimemente justa y necesaria la eliminación del paternalismo, la sobreprotección, el rasero uniforme para valorar talentos y resultados. ¿Quién se opondría si esa distorsión de las relaciones sociales ha condicionado irresponsabilidad ciudadana, pereza laboral y aspiraciones para cuyo alcance muchos no están preparados, ni intelectual, ni económicamente?

Enjuiciado desde lo racional, no creo que alguien se oponga a la extinción del paternalismo. Pero el problema no se planta en este punto, sino donde, pretendiendo erradicarlo, suministremos tan rígidamente el antídoto que tan dañino sea el remedio como la enfermedad. Sé lo que digo. Mis contactos personales o mediante cartas con varios compatriotas revelan oscuridad al aplicar la propuesta de poner el «en paz descanse» al pensamiento paternalista.

Reparemos, pues, en que si nos faltara la sensibilidad que sufre con los problemas ajenos y se solidariza con quienes carecen de este o aquel recurso, ya estaríamos generando un riesgo: que los destinatarios de todo cuanto se renueve en Cuba, no comprendan, se decepcionen y se alejen del centro del orden y la participación, porque perciban una incongruencia entre la ley y la política.

Por supuesto, no habremos de emprenderla contra las leyes, más bien contra el legalismo. Y un jurista me decía que la ley debería fijar lo que le corresponde a cada cual; ello evitaría quejas ante funcionarios o administradores sin capacidad resolutoria. Por mi parte, estoy de acuerdo en la inevitabilidad de las leyes como manual del orden y las prioridades. Pero no se puede soslayar que aquellas, a su vez, requieren de una celadora del equilibrio: la política. La política, que no la consigna, que no la fraseología, que no las profesiones de fe. La política como custodia de que lo legislado sea justo y se aplique con apego a principios e ideales, para estimular el crecimiento económico y social. La política, en fin, como inquietud ante la pobreza o la injusticia.

Lo presumimos, en efecto: aun en lo menos importante o menos complicado se arrastran los riesgos para nuestra sociedad. Riesgos políticos. Una acción inconsecuente, una mirada indiferente o una respuesta torpe ante la situación de un cubano necesitado, dispersa el grano de la inconformidad o frustra el engarce entre el acto y el discurso predominante en la nación. Y este periodista, que intenta huir de las visiones globales, sabe que la realidad, a simple vista, permite ver solo lo visible. Y por tanto, para detectar lo oculto en el tráfico multidireccional de las urgencias, se precisan ojos que fundan la capa de plomo sobre la cual a veces se redactan los informes y se emparedan los errores.

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